17.9.20

¿AMLO encabeza un proyecto nacional de cuarta república o sólo una revolución pasiva?

Jorge Retana Yarto*

Massimo Madonesi, uno de los estudiosos de la teoría y los procesos de revolución pasiva, explica sus ventajas y dificultades de la siguiente manera: “el potencial del concepto de revolución pasiva en relación con el análisis histórico ha sido confirmado por las múltiples y diversas aplicaciones que se le han dado y se le siguen dando en el terreno historiográfico. Más problemático es su uso como clave de lectura de fenómenos en curso o que tienen lugar en los escenarios abiertos de la hora presente. Sin embargo, asumiendo que una revolución pasiva es un proceso pero también y simultáneamente un proyecto, es posible y pertinente colocar el análisis en el presente y no sólo retrospectivamente en el pasado.” (21/06/2016).

Efectivamente, la problemática teórica surge al aplicarlo a una situación en movimiento, a un proceso dinámico del presente, a un proyecto en curso, a una dialéctica de fuerzas políticas en un contexto progreso-restauración, cambio-preservación del statu quo, como es el caso de México. Se trata de dos tendencias que chocan constantemente, que no necesariamente se repelen, porque la conciliación puede actuar desde ambos lados, salvo que alguna de las dos fuerzas que está detrás de cada una de las tendencias decida no hacerlo e ir a la confrontación. El proceso entonces cambia su dinámica.

Líder actual de la cuarta revolución pasiva en México con un programa progresista, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es quizá uno de los líderes de izquierda más heterodoxo que ha existido en México y América Latina, con fuentes de inspiración ideológicas en las diversas doctrinas políticas de contenido social orientadas a la lucha por la igualdad, la libertad y la fraternidad, incluyendo en su acepción más amplia la vertiente de la doctrina social del catolicismo-cristianismo latinoamericano (que tiene también posiciones conservadoras importantes), genéricamente identificada con las Comunidades Eclesiales de Base y la Teología de la Liberación surgida en la década de 1960, en el Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín (1968).

No hay espacio para abundar en esto. Sólo mencionamos una tesis del teólogo argentino Juan Carlos Scannone: “lo común a todas las distintas ramas o corrientes de la teología de la liberación es que teologiza a partir de la opción preferencial por los pobres y usa para pensar la realidad social e histórica de los pobres, no solamente la mediación de la filosofía, como siempre utilizó la teología, sino también las ciencias humanas y sociales”. (11 de febrero, 2015, Religión Digital).

El proyecto nacional alternativo tanto tiempo mencionado por la izquierda mexicana, convertido en programa político de la cuarta transformación a lo largo de las luchas obradoristas de 20 años atrás y de las múltiples contribuciones de otros movimientos sociales en México, anteriores y posteriores a la segunda guerra mundial de distinto contenido ideológico, programático y político-social, parcialmente por lo menos, es posible que el líder de esta cuarta transformación pueda aterrizarlo en la construcción de las bases esenciales de un nuevo modelo de desarrollo nacional para el bienestar, un nuevo pacto social que refunde el Estado mexicano para que emerja una cuarta república.

Dicho programa tiene una concepción política general: la reconstrucción nacional de México y la necesidad de un nuevo orden social, con dos grandes pivotes de cambio: el impulso a las políticas de bienestar social y la erradicación de la corrupción estructural, sistémica, para que pueda surgir una nueva institucionalidad pública que constituya la cuarta transformación histórica de México.

La lógica estructural es la siguiente: nuevo orden social que contenga un nuevo modelo económico que distribuya la riqueza y abata la enorme desigualdad social y cuyo eje transversal de todas las políticas públicas sea el bienestar social y los derechos humanos, una nueva hegemonía ideológica y cultural con nuevas bases educativas, culturales, de sustentabilidad ambiental y de valores sociales, un nuevo pacto social-constitucional que incluya: un nuevo sistema político, un nuevo régimen político para un Estado nacional transformado en sus prioridades estratégicas, que otorgue seguridad multifuncional, que ejerza la soberanía y auto determinación nacional, una nueva república federal, democrática, étnicamente incluyente, con un poder público descentralizado en sus tres niveles de gobierno, y ejercicio independiente de cada uno de los tres poderes de la república, sujetos al marco legal-constitucional, cuyo eje de la vida pública sea un ciudadano nuevo, reeducado y revalorizado.

Y una proyección regional-mundial de cooperación estratégica con las potencias occidentales y con los nuevos poderes globales emergentes de la región Asia-Pacífico, un nuevo modelo de cooperación con América Latina basado en la independencia nacional y el rechazo al hegemonismo regional-global para reforzar la soberanía nacional y la autodeterminación.

Pero, en materia de política exterior, el presidente AMLO rechaza la formación de nuevos “bloques político-ideológicos regionales” para contrarrestar el reagrupamiento de la derecha latinoamericana que modificó el equilibrio de poder en la región y la geopolítica subcontinental, como se lo propuso el presidente de Argentina en 2019. Sin embargo no rechaza los bloques económicos de libre comercio como el de América del Norte, que promueve de manera entusiasta como un motor de crecimiento de la economía mexicana. Así es su heterodoxia ideológica y política.

Esta heterodoxia pragmática es lo que lleva a otros analistas a descalificar desde la izquierda radical el proceso de revolución pasiva actual como de contenido progresista, que es el caso de Sergio A Méndez Moissen (trotskista): “en el terreno simbólico, la cuarta transformación se presenta como el inicio de un nuevo régimen político pero está muy lejos de integrar cambios o transformaciones que solucionen de forma parcial, pero cuando menos notoria, las demandas de la población harta de impunidad y de pobreza en México. En todo caso tenemos una caricatura de revolución pasiva y priman más los rasgos conservadores o restauradores. Existe una fuerte retórica de cambio, pero la política real es más y más conservadora. (14 de octubre, 2019).

Creo que en la cita hay mucha más pujanza ideológica que análisis histórico y teórico-político, incluso de coyuntura, porque si las políticas públicas del presidente López Obrador y su discurso ideológico y cultural fueran cada vez “más y más conservadoras”, ¿cómo explicar la creciente intensidad y animosidad de toda la oposición en México? Hablar ya a dos años de “una caricatura de revolución pasiva” es no tener el mínimo sentido de los procesos sociales en perspectiva histórica. La modernización porfiriana en México duró 35 años (1878-1911) y desembocó en una revolución activa; la modernización neoliberal llevaba 34 años, desde el ingreso al GATT, 1984-2018, y fue interrumpida por otro proceso de la misma naturaleza (“revolución pasiva”) pero de contenido adverso que lleva dos años. La historia se está escribiendo, no ha sido escrita. La situación mexicana es inédita.

Que se transfieran rentas públicas a los particulares más vulnerables (tan sólo cuatro programas sociales estarán costando este año 206 mil 300 millones de pesos, 19.7 por ciento más que en 2019, pero en total son casi 450 mil millones de pesos para todos los programas), dinero que antes se iba a corrupción, devoluciones fiscales a grandes corporativos privados, fideicomisos que financiaban campañas electorales y fraudes, negocios privados de la clase política, etcétera. ¿Eso es instrumentar políticas “cada vez más y más conservadoras” o “restauradoras”? No se puede escribir con tanta ligereza y superficialidad.

No será aún lo que muchos aspiramos ver, pero la política “es el arte de lo posible, no de lo deseable”. La política del cambio social se hace en el mundo de la realidad, no de las ideas, éstas guían la intencionalidad política y mediante ello se va transformando la realidad. Ni siquiera en las revoluciones activas sucede así, porque no hay decretos ideológicos que imperativamente cambien el entorno. La nueva realidad se construye, no se decreta.

La fuerza de oposición a este programa político en México (“todos contra AMLO”) está desarrollando una táctica de confrontación que viene subiendo de tono. Su apuesta estratégica es la polarización política total (que ha sido la estrategia de la oposición venezolana, por ejemplo) para detener el curso del actual proceso social en nuestro país. Quieren dividir a México en dos: los que apoyan a López Obrador y los que quieren derrocarlo y a su programa de la cuarta transformación. Es decir, pueden forzar el proceso político desde la conciliación al antagonismo. Siempre habrá esa posibilidad por remota que sea, como también habrá la posibilidad de que las fuerzas restauradoras ganen la mayoría social. Es la naturaleza de una revolución pasiva.

Por ello, empiezan a aparecer algunos momentos de violencia, muy probablemente tratando de llegar a un cierto clímax hacia el proceso electoral de 2021 que hasta hoy, no hay duda, puede ganar el bloque de fuerzas estructurado con el presidente, un entorno de cierta violencia política que provoque una reacción de las fuerzas más conservadoras en México y Estados Unidos.

Es una ruta muy arriesgada y desgastada porque pueden forzar el desarrollo desde una revolución pasiva progresista en México hacia una revolución activa, no armada, no, pero sí con un protagonismo cada vez mayor de las masas populares en las distintas coyunturas por las que vaya cursando el proceso político-social. Ésta aceleraría los cambios previstos en un horizonte temporal distinto, situación en donde aparezcan momentos de violencia gradual, pero ahora de signo contrario. Esto aumentará exponencialmente el rol de los cuerpos armados del Estado. Cuidado con eso, no le conviene a nadie, porque además, desviará la atención de tales cuerpos en su lucha actual contra el crimen trasnacional organizado, nuestra problemática estructural álgida.

Lo mejor hoy es que la dialéctica de la lucha política se mantenga en cauces conciliatorios, que no se desborden los marcos legal-constitucionales, porque una vez produciéndose ello y la consecuente polarización, el propio líder de la revolución pasiva –que atempera, que modula los probables antagonismos, que desmoviliza para conciliar– tendrá problemas serios para atemperar los ánimos de una masa popular que demanda triunfos políticos palpables y requiere acortar tiempos en la mejora sensible de su situación social.

Los juicios y encarcelamientos que pueden venir en algunos pocos meses pueden ser factores de contención transitoria, pero sólo mientras avanzan los demás cambios, no de manera permanente. Pero si la táctica opositora de hoy se vuelve una estrategia dominante y se decide tensar en todos los ámbitos, tensar la situación de manera que estos factores de contención transitoria no lleguen porque varios de los líderes opositores pueden ir a la cárcel, la situación política se vuelve más compleja aún para un mentor de la conciliación como el presidente López Obrador.

En esas estamos. Son los perfiles que hoy exhibe la revolución pasiva de contenido progresista comandada por AMLO y su grupo más cercano de colaboradores hacia la cuarta transformación y la cuarta república, teniendo una amplia base social como reserva de poder y apoyo, semi-movilizada tratando de hacer avanzar su programa en condiciones que se pueden ir complicando.

Jorge Retana Yarto*

*Licenciado en Economía con especialidad en inteligencia para la seguridad nacional; maestro en administración pública; candidato a doctor en gerencia pública y política social. Tiene  cuatro obras completas publicadas y más de 40 ensayos y artículos periodísticos; 20 años como docente de licenciatura y posgrado; exdirector de la Escuela de Inteligencia para la Seguridad Nacional.

15.9.20

Soberanía de México, cada vez más comprometida con Estados Unidos

Zósimo Camacho

México conmemora 210 años del movimiento de Independencia con un sometimiento cada vez mayor a su vecino del Norte.
La subordinación económica, sin cambios, condiciona toda la relación de manera transexenal. Sólo un aspecto, en materia de seguridad nacional, consigue relativa soberanía luego de una tutela estadunidense casi total, explican expertos. Los mexicanos, contra el tiempo para evitar que la caída de Estados Unidos frente a China y Rusia no los arrastre a un desastre generalizado

“La independencia política es una ficción cuando no hay independencia económica”, advierte el doctor en relaciones internacionales Eduardo Alfonso Rosales Herrera. Investigador y catedrático adscrito a la Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el internacionalista señala que México es cada vez más dependiente de Estados Unidos.

La Independencia, que un movimiento popular y armado inició en 1810 –hace 210 años– y que firmaron las elites 11 años después, hoy sigue siendo una aspiración más que una realidad. De hecho, de acuerdo con investigadores consultados por Contralínea, hoy México vive un proceso de mayor sometimiento a una metrópoli. Si del Siglo XVI al XVIII fue España, hoy es Estados Unidos.

Explican que tal dependencia ha trascendido sexenios y aunque cambien los estilos de gobernar de los presidentes mexicanos, el proceso se afianza ahora que Estados Unidos necesita todos los recursos de sus colonias o patios traseros para enfrentar el mayor reto de toda su historia: el ascenso de China y Rusia.

Pero la subordinación de México a Estados Unidos no es ineludible o imposible de sacudirse, ataja el doctor en Economía José Luis Calva Téllez. Al final, es un asunto de decisión política que, por falta de conocimiento o de voluntad, no se desarrolla.

Adscrito al Instituto de Investigaciones Económicas (Iiec) de la UNAM, el investigador especialista en economía mundial y geopolítica señala que el modelo económico neoliberal que abrazó México a principios de la década de 1980 no sólo ha empobrecido al país: ha profundizado la dependencia de los mexicanos hacia los estadunidenses.

Premio Universidad Nacional en Investigación en Ciencias Económico-Administrativas, explica que mientras el modelo no cambie, México no podrá sacudirse la tutela de Estados Unidos en materia económica y, por lo tanto, en los demás aspectos bilaterales y geopolíticos. Niega que el gobierno actual haya roto con el modelo neoliberal. Acaso combate aspectos de la corrupción de ese modelo pero sigue vigente.

Donde sí ha habido un proceso de defensa de la soberanía es en el aspecto de la seguridad y defensa nacionales, explica el doctor en Relaciones Internacionales y Políticas Comparadas por la Universidad de Miami Abelardo Rodríguez Sumano.

El profesor-investigador adscrito al Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Iberoamericana (Uia) y especialista en seguridad nacional, señala que México sí cuenta con un margen de maniobra con respecto de Estados Unidos. “Aunque algunas veces, en algunos sexenios, se busca la alineación, en otros se busca una separación respecto de los intereses del país vecino del Norte. No es una subordinación tácita, hay relaciones de poder y resistencias, en algunos casos”.

Miembro del Sistema Nacional de Investigadores y autor de, entre otros libros, La Urgente seguridad democrática. La relación de México con Estados Unidos, explica que las Fuerzas Armadas Mexicanas mantienen una posición “muy clara” de independencia frente a los estadunidenses. A tal determinación se suma la del servicio exterior mexicano. Ambas permean al poder civil, es decir, imponen límites a los gobiernos en turno.

Es la economía, mexicano

Internacionalista por la UNAM y doctor en relaciones internacionales por la estadunidense Atlantic International University, Eduardo Alfonso Rosales Herrera señala que toda la economía de México está subordinada a la de Estados Unidos. La economía estadunidense, explica, es 20 veces mayor que la de México. Por ello, ambos países mantienen una relación asimétrica que ha sido aprovechada por la hasta ahora potencia hegemónica mundial.

En números cerrados, actualmente el 80 por ciento de las exportaciones de México va a Estados Unidos. La situación es similar a la de la época del porfiriato. “Esto te establece un marco de subordinación”, señala Rosales Herrera.

El también maestro en habilidades directivas y en derechos humanos por la Universidad de Columbia indica que, además y hoy más que nunca, la principal entrada de divisas a México la constituyen las remesas.

En efecto, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, dijo el pasado 1 de septiembre que se superarán en 2020 las expectativas del envío de remesas de los migrantes mexicanos en Estados Unidos.

Durante su mensaje con motivo de la entrega de su Segundo Informe de Gobierno al Congreso de la Unión, el titular del Poder Ejecutivo previó que al finalizar el año los braceros de México en la Unión Americana habrán enviado 40 mil millones de dólares al finalizar el año.

“Si Estados Unidos corta las remesas o les aplica un impuesto a las transferencias bancarias, nos arruinan” observa Alfonso Rosales. Y “no hay ningún otro rubro de la economía que nos provea de esa cantidad de dinero; subsistimos por Estados Unidos”.

La asimetría entre las economías mexicana y estadunidense no sólo es un asunto de tamaños, sino de nivel de desarrollo. El profesor del posgrado de la FES Acatlán de la UNAM explica que la economía de Estados Unidos es postindustrial, mientras que la mexicana es postagrícola.

“Somos [México] una economía maquiladora, economía ensambladora. Ni siquiera hemos dado el salto a la fase industrial, cuando Estados Unidos ya va más allá: va a la economía del conocimiento.”

La asimetría económica permea toda la relación bilateral. Esto incluye las decisiones políticas que deberían ser soberanas. Como ejemplo cita el caso de las decisiones en materia migratoria. Al inicio del presente sexenio se dio un giro de 180 grados a lo que se había desarrollado en los sexenios pasados. La administración lopezobradorista aplicó una política de puertas abiertas para los migrantes latinoamericanos, específicamente de Centroamérica.

“Y Estados Unidos dijo que si México aplicaba esa política, nos iban a aplicar aranceles. Entonces, regresamos al mismo punto, una política migratoria de contención para evitar que los centroamericanos lleguen a la frontera Norte o, en el peor de los casos, nos convertimos en el tercer país seguro.”

Incluso la nueva Fuerza Armada, la Guardia Nacional, ha servido como instrumento para detener a los migrantes, observa.

Además, México perdió hace años, por lo menos desde principios de la década de 1990, la capacidad de separar la política exterior de todos los otros elementos de la relación bilateral con Estados Unidos, como lo relacionado con el comercio y la migración internacional. Con Donald Trump en la presidencia estadunidense, la posibilidad de que los mexicanos recuperen esa capacidad es más remota.

Lo cierto es que México perdió autoridad con los demás países de América Latina y, paradójicamente con el propio Estados Unidos desde la suscripción del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1993 y su entrada en vigor en 1994. Los mexicanos se decantaron hacia Estados Unidos y entregaron la política exterior al país del Norte.

Una de las imposiciones de Estados Unidos a México más costosas es la militarización ordenada por el entonces presidente Felipe Calderón en 2006. “Esa decisión se tomó en Washington; la continuó el gobierno de Enrique Peña Nieto, y la continua la actual administración”.

La relación con México que le interesa a Estados Unidos, a decir del investigador universitario, es de sometimiento. Que los mexicanos se subordinen a los intereses estadunidenses cada vez sin mayores apariencias. Otro ejemplo es el actual Tratado de Libre Comercio México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC), firmado por el gobierno saliente de Peña Nieto con la aprobación del entrante de López Obrador.

Se trata de una continuación del TLCAN. Pero incluso aquel se firmó en medio de discursos sobre un proceso de integración de América, a imagen y semejanza de la Unión Europea: pasar de la preferencia de zonas arancelarias a la zona de libre comercio, la unión aduanera y unión económica, hasta llegar a la unión política.

Ahora no hubo ni ese maquillaje. A decir de Rosales Herrera se firmó un tratado de nueva cuenta de primera generación, incluso con regresiones en materias como las reglas de origen. Y un candado para que México no firme tratados con China, lo que mete al país en la lucha geopolítica que Estados Unidos mantiene con la potencia asiática en vías de convertirse en la hegemonía mundial.

Lo anterior “acentúa la subordinación y dependencia que tenemos para con los estadunidenses”. Se sigue al pie de la letra lo que quería Jorge G Castañeda Gutman, secretario de Relaciones Exteriores con Vicente Fox Quesada (200-2006): ‘ver para el Norte’. En esencia, seguimos viendo al Norte, pese a los cambios de gobierno. México ha venido desperdiciando el tiempo y las oportunidades de ese famoso concepto que se llama diversificación”.

Además, México ata su fututo al de Estados Unidos, cuando este país ya no es el del Siglo XX, el de la post Guerra. Hoy prácticamente Estados Unidos es una potencia en decadencia. “Los centros gravitacionales económicos ya están en Asia. México tendría que dar un salto que le permita ver a otras partes del mundo que, si espera más tiempo, ya no va a ser tan fácil dejar de ser el equilibrio de la periferia estadunidense”.

De acuerdo con el internacionalista, la decadencia de Estados Unidos se puede observar en las crisis social, política y económica que padece. “Cada vez más aumenta la cantidad de pobres. Estamos hablando de 50 millones de estadunidenses en la pobreza; de una brutal concentración de la riqueza; de un creciente déficit comercial: cada mes tienen déficits por 55 mil millones de dólares, y el principal elemento, que es el endeudamiento, ya está en los 22 billones (millones de millones) de dólares, una cifra impagable que ya supera su PIB [producto interno bruto], y eso es endeudamiento público, aparte está el privado, de las familias o de los estudiantes.

El académico universitario señala que estos datos deberían indicarnos que tenemos que “definitivamente desvincularnos de esa dependencia. El mismo Trump es síntoma de esa decadencia de Estados Unidos”.

Neoliberalismo, vigente, profundiza dependencia

José Luis Calva Téllez, con líneas de investigación en política macroeconómica, política hacendaría y reforma fiscal, niega que el gobierno de López Obrador haya erradicado el neoliberalismo. Por el contrario, aplica puntualmente los postulados de esta doctrina económica. Advierte que, de no haber cambios, México seguirá perdiendo soberanía, profundizando la dependencia hacia Estados Unidos y empobreciendo a la población.

“No hay cambios fundamentales de política económica con el nuevo gobierno. La estrategia económica que se ha puesto en marcha a partir de la presidencia de Miguel de la Madrid de 1982 se mantiene intacta hasta el día de hoy.”

Autor de México más allá del neoliberalismo. Opciones dentro del cambio global, entre otros libros, explica que el presidente de la República habla insistentemente de poner fin al gobierno económico neoliberal. Pero, si acaso, con lo que busca acabar es sólo con la corrupción neoliberal. Y el gran problema de México no es la corrupción, que es grave y sí existe, sino el modelo de desarrollo.

Adscrito al Sistema Nacional de Investigadores con nivel II, José Luis Calva explica que la corrupción no es relevante cuando se habla de crecimiento económico. Ejemplifica: “Tenemos en las últimas cuatro décadas que China es la economía que crece más rápidamente. Este país ya es la primera potencia económica del mundo y la primera potencia industrial del planeta, y el nivel de corrupción es muy alto”.

Si China puede crecer y alcanzar la hegemonía económica mundial no ha sido gracias a que combata la corrupción. El éxito de China es su modelo de desarrollo, contrario diametralmente a lo que ha hecho México desde 1982.

“La estrategia mexicana, desde Miguel de la Madrid hasta López Obrador, es una estrategia neoliberal basada en los 10 principios de política económica del Consenso de Washington.”

Tal “consenso” fue presentado en 1989 por John Williamson, economista del Instituto Peterson, con 10 grupos de “recomendaciones” en materia de política económica: 1) disciplina en la política fiscal (evitar déficits fiscales); 2) suprimir subsidios y redireccionar el gasto público hacia inversiones específicas; 3) ampliar la base tributaria; 4) que las tasas de interés sean determinadas por el mercado; 5) mantener tipos de cambio “competitivos”; 6) liberalizar el comercio; 7) liberalizar las barreras a la inversión extranjera directa (IED); 8) privatizar las empresas estatales; 9) abolir regulaciones que impidan acceso al mercado o restrinjan la competencia; 10) garantizar la “seguridad jurídica” para los derechos de propiedad.

Al respecto, ?José Luis Calva señala que hoy en México “la liberalización del comercio exterior se mantiene como religión de la política de comercio exterior; la liberalización del sistema financiero; iniciativas de desregulación bancaria; liberalización de la inversión extranjera”.

En contraste, “el éxito chino es que regula su inversión extranjera para que sirva a los intereses de industrialización de China; regula también su sistema financiero. China se ha negado a liberalizar su sistema financiero y, desde luego, mantienen regulado su comercio exterior.”

Mientras, en México mantiene la disciplina fiscal a toda costa. Incluso a pesar de la crisis agravada con la pandemia. “Lo que hacen los gobiernos exitosos en el mundo es que, en el caso de la desaceleración de la economía, aplican política fiscales expansivas, lo que está haciendo China, Estados Unidos”. También se profundiza el recorte al gasto público y se mantiene al banco central [el Banco de México] estrictamente orientado al control de la inflación. “En la mayoría de los países, sus bancos centrales están obligados a vigilar la inflación, pero también el crecimiento económico y el empleo. Aquí se mantiene el dogma neoliberal”.

Para el investigador titular C del Iiec de la UNAM, el actual gobierno sólo presenta cambios en el estilo. Pero “si no hay cambios en la política económica, pues no hay cambios en el rumbo del país”.

Advierte que no se obtendrán resultados distintos a los que ya se aplican desde 1982. El investigador y catedrático resume: “Desde que empezó a aplicarse esta política en México el PIB ha crecido a una tasa del 2.3 por ciento anual. Durante los 48 años anteriores a esta estrategia de desarrollo neoliberal, la estrategia de desarrollo liderada por el Estado de Lázaro Cárdenas, de 1934 a 1982, el PIB creció a una tasa de 6.1 por ciento anual”.

Y en los últimos 37 años ni siquiera se creó la mitad de los empleos formales para dar ocupación remunerada a los jóvenes que cada año ingresan a la población económicamente activa.

“Para que la economía mexicana asegure empleo para sus jóvenes, la economía mexicana debe crecer a una tasa de 6 por ciento anual y la expectativa para el sexenio es que el crecimiento económico va a ser cero, va a ser igual que en el sexenio de Miguel de la Madrid, un sexenio perdido para el desarrollo.”

—Probablemente México no tiene muchas opciones dada la vecindad con Estados Unidos y la dependencia económica de décadas –se le cuestiona.

—Esas son narrativas inventadas por el pensamiento económico neoliberal. En este mundo global, le mencionaba el caso de China. China está en este mismo mundo y padece las mismas presiones, incluyendo las presiones de Estados Unidos.

—Aunque China tiene más capacidades para responder y defenderse de esas presiones –se le objeta.

—Sí, pero la clave no es la lejanía ni las capacidades. China tiene soberanía, decide hacerlo. El gobierno mexicano optó por la estrategia neoliberal desde 1982, desde la llegada de Miguel de la Madrid, cuando llega el grupo de neoliberales al gobierno. No ha estado siempre. El grupo neoliberal en México se fundó en la época de Lázaro Cárdenas, en oposición al desarrollismo mexicano. Fue encabezado por dos empresarios: Raúl Bailleres y Aníbal de Iturbide, y por un grupo de intelectuales, encabezados por Luis Montes de Oca; eran discípulos de [Friedrich August von] Hayek y de Milton Friedman. Ellos crearon un movimiento neoliberal que se plasmó en 1946 en la fundación del Instituto Tecnológico Autónomo de México.

Para quienes gobernaron el país desde 1982 y hasta 2018 se trató de una cuestión de ideología. Estudiaron neoliberalismo económico y a pesar de los resultados lo siguieron aplicando.

Lo que sorprende a José Luis Calva es “que un presidente [López Obrador], que en campaña había prometido ponerle fin al neoliberalismo, mantenga las políticas del gobierno económico neoliberal”.

Por ello el científico social percibe una creciente decepción de los votantes que creyeron que se pondría fin al gobierno económico neoliberal. “Los economistas hemos hecho nuestro trabajo desde que empezó el modelo neoliberal en México. Hemos demostrado ya varias veces que no es el camino adecuado. El camino adecuado es una estrategia de desarrollo económico liderada por el Estado, como la que estuvo en México durante 48 años. No hay un solo rasgo de gobierno neoliberal en los países del mundo que crecen aceleradamente y se industrializan”.

Explica que en 1982 la economía mexicana era más grande que la economía china. Ambas siguieron caminos opuestos, la primera acatando el Consenso de Washington. La segunda aplicando un modelo de desarrollo. Actualmente, el PIB de México es la décima parte del PIB chino.

“China hizo exactamente lo contrario a México: no liberalizó su inversión extranjera, no privatizó sus empresas públicas, no liberalizó su sistema bancario, no liberalizó su comercio exterior, no aplicó políticas de disciplina fiscal a ultranza; aumentó el gasto público siempre que fuera necesario. En suma, no orientó su economía solamente al mercado externo, sigue principalmente al mercado interno, sin desatender el mercado externo. México aplicó la estrategia neoliberal y las consecuencias son éstas.”

El investigador señala que México tiene una capacidad de crecimiento similar a la de los países asiáticos. “Puede crecer perfectamente arriba del 6 por ciento anual, solo así se pueden asegurar empleos bien remunerados para los jóvenes y una independencia frente a Estaos Unidos.”

Seguridad nacional, un dique

Abelardo Rodríguez Sumano, ponente y organizador en el Woodrow Wilson International Center for Scholars, el Centro de Estudios Superiores Navales de la Armada de México y la Universidad de Guadalajara, desestima que México haya subordinado sus intereses nacionales a los de Estados Unidos.

El también maestro en Estudios Latinoamericanos por la Escuela del Servicio Exterior Edmund A Walsh de la Universidad de Georgetown y posgraduado en Relaciones Internaciones y América Latina por la Universidad de California en Berkeley, señala que uno de los actores principales de la operación y de la aplicación de la seguridad nacional son las Fuerzas Armadas Mexicanas.

“Ellas han mantenido, sobre todo la Secretaría de la Defensa Nacional, una distancia muy clara con respecto de la relación con Estados Unidos. Ellos tienen dentro de su doctrina, justamente por la pérdida de más de la mitad de nuestro territorio en la guerra con Estados Unidos en el siglo XIX, un elemento de reticencia hacia ellos.”

Explica que aunque la Secretaría de Marina también mantiene una distancia indudable, “por una cuestión doctrinal, es más globalizada ya que está en alta mar alrededor de todo el planeta. Ello ha implicado que los marinos tengan una mayor vinculación con el exterior, sobre todo con las Fuerzas Armadas de Estados Unidos”.

Rodríguez Sumano explica que los probables intentos de Estados Unidos por incidir en los asuntos de seguridad de México encuentran “freno” en “actores y recursos dentro del Estado mexicano”. Estos actores incluso obligan a los  presidentes a mantener esa distancia.

Además de las Fuerzas Armadas, el otro factor de defensa de la soberanía en materia de política internacional y seguridad es el servicio exterior mexicano. “Sin importar quién esté al frente, ellos tienen una misión también en el tema de la autodeterminación, la defensa de los intereses mexicanos”.

Por ello, las decisiones en estas materias no las toman los presidentes en turno de manera solitaria. “Aunque son los jefes de Estado, los contrapesos se dan dentro del gabinete”. Por ello, no observa una subordinación abierta. Lo que sí reconoce es que la relación de México con Estados Unidos “es profundamente interdependiente y abarca todos los aspectos de la vida nacional, lo cual nos pone en una situación asimétrica”.

—Pero México ha tenido que adoptar la agenda de Estados Unidos en materia de seguridad –se le cuestiona.

—Se ha venido alineando, integrando en algunos aspectos, pero no creo que esté completamente subordinada.

Explica que en las negociaciones México-Estados Unidos se puede ver que la relación es asimétrica, porque Estados Unidos tiene una visión global, continental y regional. México representa un papel importante para ellos porque es el flanco sur y desde esa aproximación Washington siempre va a buscar alinear a México a estos intereses.

2.9.20

¿Existe un Proyecto Nacional de la Cuarta República?

Jorge Retana Yarto*

El doctor en ciencias Víctor Manuel Toledo –ahora extitular de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales, tras renunciar al cargo– estableció criterios que nadie se había atrevido a fijar. Lo fundamental es: i) la 4T como tal, como un conjunto claro y acabado de objetivos, no existe”; y  ii) el gabinete “está lleno de contradicciones y existe una lucha de poder al interior”. Lo insólito es que nadie salga a responder o comentar desde la parte político-ideológica y programática esta postura. ¿No hay ideólogos de la 4T? ¿O el propio gabinete no la comprende? Participaremos en el tema planteado con una visión más amplia.

Nuestro marco conceptual lo referenciamos con las conceptualizaciones de Antonio Gramsci: son cuatro los conceptos que él desarrolló y asumimos aquí: revolución pasiva, guerra de posiciones, hegemonía y bloque en el poder.

  1. Conformación del Bloque de Poder y Ocupación del Poder Ejecutivo.

Se trató de un movimiento social-político e ideológico, pluri-clasista y pluri-ideológico, orientado a un proceso electoral, en donde cupo casi todo el espectro social y político-ideológico nacional. La convergencia se produjo con base en cinco banderas fundamentales: la lucha contra la corrupción institucionalizada, los estragos sociales y económicos causados por el neoliberalismo a la sociedad mexicana, la lucha contra la violencia generalizada y el crimen organizado bajo otra perspectiva filosófica, la inauguración de una nueva etapa histórica para México, y todo por la vía pacífica.

El 1 de julio de 2018 el Movimiento “Juntos Haremos Historia” y su candidato Andrés Manuel López Obrador, ganó la Presidencia de la República, la mayoría en las Cámaras Legislativas, ganó alcaldías, gubernaturas, pero no ganó el poder completo del Estado. Ganó una mayoría electoral del 53 por ciento de votantes, pero no ganó la hegemonía política, ideológica-cultural en la nación; tomó una posición fundamental en la lucha por comandar un nuevo Proyecto Nacional de Desarrollo, que es el Poder Ejecutivo, y desde allí lucha cotidianamente por ganar el poder, construir una nueva hegemonía, ampliar sus posiciones al interior del aparato del Estado, que no es monolítico, sino que opera fragmentariamente en todo el territorio de la República.

Éste fue el bloque de poder (también llamado “bloque histórico”) que con López Obrador accedió a la jefatura del Estado y al Poder Ejecutivo y Legislativo, el conjunto de fuerzas sociales muy heterogéneas, contradictorias y también afines y convergentes en distintas materias. El centro aglutinador fue la personalidad política de López Obrador y el trabajo de 20 años “de acumulación de fuerzas políticas” por terracería; de concientización y organización, a lo largo y ancho del país, del animal político (Aristóteles) más tenaz y constante de los últimos tiempos en México, el factor humano dominante de las plazas públicas; el último gran líder de masas, y por ello temido y atacado con ferocidad por muchos.

De aquí tenemos que partir hacia cualquier análisis. He aquí las debilidades, fortalezas, retos, oportunidades y amenazas de la Cuarta República. El triunfo fue un paso gigantesco en la lucha social de la izquierda mexicana que viene desde el siglo XIX, y pasa por el siglo XX.

  1. Caracterización del proceso histórico actual y objetivos estratégicos.

La forma correcta y sumaria de plantear lo que es la Cuarta República es la de un programa de reconstrucción nacional con dos grandes niveles de innovación institucional para el cambio: un nuevo modelo de desarrollo nacional y un nuevo pacto social para la refundación del Estado y la creación de una Cuarta República, con un liderazgo que desarrolla un tipo de revolución pasiva, un proceso de transformaciones pacíficas de contenido progresista. No  una ruptura revolucionaria. El tipo de cambio social planteado determina las formas de constitución y ejercicio del poder, del liderazgo, de movilización social y de construcción hegemónica.

Hay seis determinantes comunes que definen y caracterizan un proceso de cambio histórico-social, revolucionario, progresista, o restaurador: i) los intereses sociales (como decían los clásicos, de clase o nacional) contenidos en el liderazgo del movimiento; ii) su concepción sobre el rol del sistema jurídico prevaleciente (de preservación o de ruptura); iii) el programa de transformaciones, su profundidad y alcances, su impacto en la estructura de dominación económica, política y social, en relación con la estructura precedente; la orientación ideológica y teórica, histórica, que nutre al liderazgo; iv)  el programa político o  proyecto nacional (como se les llame), es decir, fascista, comunista, social-demócrata, social-cristiano, nacionalista u otro; v) el lugar o función que desarrollan las masas populares con relación a las élites dominantes: preponderante (movilizadas e independientes en su dinámica) o no (pasivas o relativamente pasivas, subordinadas al liderazgo, en mayor o menor grado), que es el rol que ocupan en el entorno de las trasformaciones, como su motor central o no; y vi) finalmente, el manejo de símbolos políticos: patrios, históricos, sobre héroes nacionales, episodios de la historia política, etcétera.

La categoría de análisis “Revolución Pasiva” incluye todo ello dentro de un proceso contradictorio de transformación-restauración en permanente conflicto, y en cuyo cuadro histórico puede predominar la fuerza social del cambio o la de preservación del orden social existente, y retrotraer los avances logrados. Es lo que como enseñanza histórica arrojan los procesos de cambio social en el mundo, incluyendo los de México: la lucha por la independencia, la reforma liberal y contra la intervención extranjera, la rebelión contra la dictadura porfirista, el proceso de consolidación del nuevo régimen surgido de ella, y la reforma de la revolución.

Toda Revolución Pasiva implica un cambio de paradigmas en diversos espacios de lo público, que confronta fuerzas del cambio y fuerzas de la preservación del statu quo, pero que generan grandes vacíos de información y certidumbre, porque esa lucha dialéctica entre cambio-preservación del orden social anterior se disfraza ideológicamente con cientos de expresiones y verbalizaciones que no clarifican los términos correctos de la lucha en desarrollo, no clarifican el encontronazo de intereses sociales que se disimulan u ocultan bajo esos términos. La economía, la seguridad, la educación y el combate al crimen trasnacional, la distribución del ingreso público, la política exterior, la relación bilateral con Estados Unidos, todo queda permeado por aquellos conflictos que se manifiestan cotidianamente en un periodo de transición de un orden social a otro, aún en ciernes en México.

  1. Determinantes entre cambio progresista y cambio revolucionario.

Un cambio progresista es muy diferente de un cambio revolucionario; también lo es un líder progresista de un líder revolucionario; una masa popular movilizada sobre un programa de cambios sociales en profundidad como motor de ese cambio, de una masa popular que sale a escuchar al líder de la revolución pasiva, pero éste atempera sus ánimos y la rapidez con que necesitan los cambios prometidos. La revolución pasiva es muy distinta a la revolución activa, rupturista. La primera, maniobra, concilia, trata de avanzar en medio del conservadurismo restaurador y desmoviliza a los grupos populares; la segunda, permite que los antagonismos sociales fluyan y conduce las alternativas populares para hacer avanzar el programa revolucionario con las masas movilizadas.

López Obrador nunca se ha presentado como un líder revolucionario con ideología revolucionaria ni con un programa de cambios revolucionarios; nunca ha planteado una ruptura sino una transformación lo más consensuada posible, en ello ha sido auténtico y honesto. No hay sorpresas. Su propia ideología es de izquierda pero, consideramos, amalgamada y nutrida de distintas corrientes de izquierda, incluso de la izquierda cristiana. En su caso podemos hablar de una ideología de izquierdas. Jamás ha sido marxista ni ha pretendido serlo. Su cristianismo es más que evidente. Y es así que ganó la mayoría electoral en forma absoluta, conformando una nueva voluntad nacional para emprender cambios sociales importantes.

No obstante, se echan a andar diversas líneas de programas y políticas públicas en todos los sectores de la vida política de México, acciones que alteran, que cambian ya el trayecto precedente en distintas áreas de la relación Estado-sociedad civil, Estado-empresa y Estado-Resto del Mundo, reforzando el discurso pacifista, legalista y gradualista. Así, López Obrador se ha convertido en el mentor de la Revolución Pasiva en México, de la corriente ideológica y político-social del “progresismo”, del cambio no radical, de la transformación por vía del consenso y la no violencia.

El día del triunfo –el 1 de julio de 2018–, el ahora presidente de la República dijo: “el nuevo proyecto de nación buscará una auténtica democracia y no una dictadura abierta ni encubierta. Los cambios serán profundos pero con apego al orden legal” (BBC Mundo, 2 de julio de 2018). Esa afirmación dice mucho de su proyecto nacional y del cambio social visualizado para México. Desde nuestro punto de vista habla de una Revolución Pasiva.

El propio concepto está asociado a un proceso de cambio social genéricamente denominado progresista, pero que puede no serlo. La revolución pasiva es una categoría que conceptualiza un movimiento no antagónico de cambios, un movimiento político de conciliaciones y consensos, y ello apuntala desde sus orígenes, sus objetivos y el desarrollo del proceso, porque es el propio liderazgo del cambio quien fija límites a los antagonismos sociales, políticos y económicos, para reconducirlos por la ruta de la conciliación de los intereses.

Así una revolución pasiva es un proyecto político de dominación fundamentalmente en clave conciliatoria, un proceso de conducción política en donde se busca desmovilizar para conciliar, atemperar los ánimos de las clases subalternas, salvo que las tensiones crezcan dependiendo de la coyuntura y dicha conducción política se tenga que mover hacia un tipo de confrontación limitada. Es decir, se trata de mantener el control del movimiento social con un tipo de pasividad que ofrezca amplio margen de maniobra táctica a la dirección política del proceso, a su liderazgo, para avanzar con los cambios propuestos, nunca radicales; esto, en medio de la confrontación que ofrece distintos momentos entre renovación, cambio, progreso contra preservación, restauración, tendencias que permanecen y coexisten a lo largo del proceso de la revolución pasiva. Ello no significa que en algún momento uno de los términos sociales confrontados se vuelva dominante.

Es decir, la dialéctica social (la lucha política) no desaparece, pero se atempera en todo momento sin olvidar las demandas sociales, impulsándolas.

  1. México dentro del ciclo de cambio progresista en América Latina.

El Movimiento “Juntos Haremos Historia” triunfó (2018) en una etapa particular de la historia latinoamericana reciente, en donde desde fines de la década de 1990 se dieron una serie de movimientos sociales y políticos que conquistaron el Poder Ejecutivo y las cámaras legislativas (mayoritariamente o no) y otras áreas de poder del aparato del Estado, mediante procesos electorales en la etapa de la “postguerra fría” y del dominio ideológico y político-cultural (hegemonía) del paradigma de las economías abiertas, de libre mercado e integradas regionalmente.

Todo proceso de cambio viene siempre precedido de una crisis severa del orden social y político-institucional aún vigente. Ni México ni los países de América Latina son una excepción. El cambio mexicano llega en la parte final del ciclo, y probablemente impide que este ciclo se cierre definitivamente: lo mantiene vivo. Luego en Argentina el kirschnerismo retoma la Presidencia de la República. El ciclo progresista puede dilatarse nuevamente en la región.

Se trató de un ciclo de movimientos por el cambio social triunfantes que duró dos décadas aproximadamente y que en la actualidad se ha debilitado de tal manera, que asistimos al regreso de fuerzas conservadoras de la derecha liberal-autoritaria y represiva del subcontinente americano, que ha merecido de diversos analistas el concepto de “fin del ciclo de cambio” –realmente corto–, caracterizado bajo un concepto genérico: “ciclo de cambios progresistas”, Brasil, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Honduras, Argentina, El Salvador. Procesos muy disímbolos entre sí, pero cuyos puntos de convergencia son que se trataba de impulsar mediante cambios no radicales, en el sentido de impulsar el progreso de las sociedades latinoamericanas sin trastocar la estructura fundamental de la sociedad y el Estado, sino dotándolo de nuevos contenidos. Esto, bajo cinco premisas:

  1. a) Revertir el modelo de economía neoliberal retomando la política social como instrumento de cambio;

  2. b) ampliar los márgenes de la democratización de la vida política, en lo electoral, los medios de comunicación, el acceso a la justicia;

  3. c) modificar las prioridades sociales centrando la lucha contra la pobreza y el desempleo como parte axial de los programas de gobierno;

  4. d) recuperar políticas soberanistas en materia de relaciones internacionales, ampliando el margen de acción frente a las hegemonías; y

  5. e) combatir los cacicazgos y la corrupción política (lo cual se hizo con diversa intensidad, sin que se pueda decir que la tarea fue exitosa), porque implicaban saqueos a la hacienda pública, como primer paso para rehacer las finanzas del Estado.

En la reversión de los procesos de cambio progresista, y triunfo de las fuerzas de la restauración –posible en cualquier revolución pasiva– en nuestra subregión continental, se activaron en una estrategia de pinza dos grandes bloques de fuerzas interno-externas: el conservadurismo desde el poder judicial, de los grupos sociales dominantes en el mismo, y grupos de las fuerzas armadas-policiales; es decir, una parte dominante de los aparatos armados del Estado, ambos en coalición con las fuerzas externas del conservadurismo hegemónico del Norte del continente: Paraguay, Honduras, Brasil, Bolivia, Argentina. Los casos más particulares cercanos a una revolución activa de carácter rupturista son Nicaragua, Venezuela y, en menor medida, El Salvador, donde los cambios han sido más profundos y tendría que haber guerra civil para derrocar al poder actual.

En la próxima entrega describiremos y analizaremos el proceso actual específico de la revolución pasiva en México, tomando en cuenta las aplicaciones anteriores del concepto para el análisis del proceso político mexicano.

Jorge Retana Yarto*

* Economista y maestro en finanzas; especializado en economía internacional e inteligencia para la seguridad nacional; miembro de la Red México-China de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México. Exdirector de Escuela de Inteligencia para la Seguridad Nacional.