31.12.19

Vargas Llosa discípulo de Goebbels

Atilio A. Boron

En su reciente entrevista concedida al diario O Estado de Sao Paulo el escritor volvió a repetir sus fatigosas letanías sobre la política latinoamericana asegurando que “los argentinos van a lamentar enormemente la derrota de Mauricio Macri” [1]. No sólo eso: volvió a calificar como una "tragedia" el triunfo de Alberto Fernández y atribuyó esa –para él infausta- decisión de votar al Frente de Todos a una supuesta vocación suicida de los argentinos. Abundando en el tema afirmó que “esa vocación suicida es algo verdaderamente extraordinario, pues ya se sabe que todos los problemas actuales del país fueron causados por el peronismo".

La verdad es que dudé mucho antes de sentarme a escribir una respuesta a sus dichos. Pero habida cuenta de que estas “ocurrencias” -ese producto semiintelectual que debe diferenciarse de las “ideas”- del narrador adquieren una enorme difusión gracias a la acción concertada de la oligarquía mediática mundial me pareció que valía la pena saltar al ruedo y refutar su discurso. La confusión y el embrutecimiento que promueve en la opinión pública exige prontas respuestas a sus venenosos ataques [2]. Me concentraré en tres temas.

Primero, sería insólito o estúpido que los argentinos nos lamentásemos por la derrota de un Gobierno que sumió en la pobreza al 40,8 % de la población y ha dejado al otro 35 % apenas por encima de la línea de pobreza (LP), cosa que normalmente se soslaya en muchas intervenciones periodísticas y académicas. Como si el 60 % restante “no pobre” estuviera constituido por sólidas clases medias o ricachones de abultada billetera. ¡No! Buena parte de ese conglomerado lo conforman gentes que en cualquier momento se hunden por debajo de la LP. Con cierto optimismo podríamos aventurar que tal vez haya un 25 % que no son pobres ni están en riesgo de serlo. Pero el resto está caminando sobre el filo de la navaja, apelando a diario a mil estrategias para evitar hundirse por debajo de la LP. Un dato adicional ilustra lo que decimos: 6 de cada 10 niños argentinos son pobres. Incurriría en el mal gusto de la reiteración si volviera a exponer aquí los archiconocidos datos sobre la crisis económica y la emergencia nacional en que nos ha dejado el Gobierno de Macri: caída de los salarios reales y los haberes jubilatorios, impresionante número de pymes que cerraron sus puertas, derrumbe del PBI, tarifazos a destajo en los servicios públicos, inflación descontrolada y un fenomenal endeudamiento externo, vehículo para practicar una fuga de capitales sin precedentes que constituye una marca a fuego del carácter corrupto del Gobierno de Cambiemos. La tragedia es la que hemos sufrido estos últimos cuatro años de gobierno de su amigo Mauricio, no la recién inaugurada gestión de Alberto Fernández cuyo signo en el sentir popular es la esperanza. En suma, ¡nada de lo que debamos lamentarnos!

¿Puede un hombre como Vargas Llosa ignorar datos tan elementales como estos? Imposible. Descartemos esa hipótesis. Sus críticas son expresión de la fanática obcecación de un converso o, peor aún, de alguien a quien le confirieron la misión de execrar todo lo que contraríe al paradigma neoliberal, aunque para ello deba mentir y barrer la realidad debajo de la alfombra.

Segundo, hay una afirmación que insulta la inteligencia de sus lectores cuando sentencia que todos los problemas de este país fueron “causados por el peronismo.” ¿Cómo desconocer que la Argentina padeció desde 1930 sucesivos golpes de Estado, todos los cuales tuvieron como signo distintivo la aplicación de los preceptos económicos del liberalismo? La dictadura de los años 30 tuvo esas características, como la de 1955 que abrió de par en par las puertas del país al FMI; la de 1966, pomposamente llamada “Revolución Argentina” promovió las ideas que el autor de Tiempos Recios abraza con singular fervor. A las anteriores hay que sumar la genocida junta del mal llamado “Proceso” que tomó por asalto el poder en 1976, dejó al país económica y socialmente deshecho, desapareció a 30.000 personas, alejó por décadas la posibilidad de recuperar las Islas Malvinas e hizo del neoliberalismo y su consigna principal: “achicar el Estado es agrandar la nación” el pilar de toda su política económica y social. Como si lo anterior fuera poco un Gobierno peronista travestido, el de Carlos S. Menem, se adhirió a esa nefasta doctrina con fervor. Una estudiosa del tema comprueba que “en los 50 años transcurridos desde el ingreso de nuestro país al organismo (el FMI) en 1956 hasta el pago total por adelantado de la deuda pendiente desde la crisis de la convertibilidad en 2006, la Argentina estuvo bajo acuerdo (con el FMI) durante 38 años” [3]. A estos hay que añadir los dos años más en los cuales la Directora Gerente del FMI, Christine Lagarde, se convirtió en la verdadera Ministra de Economía del Gobierno de Macri. Por eso nuestra decadencia económica y social se explica muchísimo más -por no decir en su totalidad- por esos cuarenta años de “cogobierno” entre la Casa Rosada y el FMI que por los errores que, como cualquier otro Gobierno, pudo haber cometido el peronismo en cualquiera de sus cambiantes concreciones históricas, el alfonsinismo de inicios de la reconstrucción democrática e inclusive la nefasta Alianza de finales del siglo pasado.

Tercero y último: alguna lectora o algún lector podrían preguntar qué diantres tiene que ver Joseph Goebbels en todo este asunto. Respuesta: mucho, porque el autor de La tía Julia y el escribidor demuestra conocer muy bien las tácticas comunicacionales del Ministro de Propaganda de Hitler (y doctor en Letras por la Universidad de Heidelberg, ¡ojo con la academia y los “hombres de letras”!). Una de las frases que resume el pensamiento del jerarca nazi dice textualmente que “la propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. De aquí viene también la famosa frase: ‘Si una mentira se repite lo suficiente, acaba por convertirse en verdad’”. Eso es precisamente lo que hace Vargas Llosa con la maestría que le otorga su dominio del lenguaje: manejar unas pocas ideas y repetirlas hasta la saciedad “sin fisuras ni dudas”. Como cuadra a todo fanático su discurso está herméticamente sellado y los incómodos datos de la experiencia no hacen mella en la gruesa coraza de su ideología.

Sus mentiras se repiten incansablemente, como aconsejaba Goebbels. La tenacidad militante de Vargas Llosa es admirable, lástima que esté al servicio del mal. Gracias al inmenso poderío de los medios de comunicación hegemónicos esas mentiras se convierten en verdades indiscutibles, o en un “sentido común” difícil de desafiar. Hacerlo es visto como un acto temerario, casi como un sacrilegio. Pese a ello su ensayística es una artificiosa construcción que se derrumba como un castillo de naipes ni bien se la contrasta con el análisis histórico o la elocuencia de las estadísticas. Por algo en los últimos 40 años sólo en contadísimas ocasiones se lo ha visto debatir sus ideas y casi siempre con benévolos interlocutores cuidadosamente seleccionados. Resumiendo: las afirmaciones contenidas en la entrevista que hemos analizado son pura y simple propaganda, imbuidas de un odio y un resentimiento que mucho dicen sobre la naturaleza de los tiempos que corren en donde el hundimiento del neoliberalismo es un dato absolutamente insoslayable que enfurece y ofusca la mente del escritor peruano. Tendrá que acostumbrarse.

Notas:
[1] La nota se publicó en O Estado de Sao Paulo el 22 de diciembre y se reprodujo horas después en lengua castellana en Clarín. Disponible en http://www.clarin.com/politica/mario-vargas-llosa-argentinos-van-lamentar-enormemente-derrota-mauricio-macri-_0_42-G4vHQ.html
[2] Una refutación completa de sus artificios propagandísticos se encuentra en mi El Hechicero de la Tribu (Madrid, Buenos Aires, México: AKAL, 2019)
[3] 1 Noemí BRENTA, Argentina atrapada. Historia de las relaciones con el FMI 1956-2006 (Buenos Aires, Ediciones Cooperativas, 2008)

30.12.19

Auge y caída de García Luna

Carlos Fazio
 
La detención en Dallas, Texas, del ex secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, no deja de ser un misterio. Considerado el álter ego del ex presidente Felipe Calderón y súper policía consentido de secretarios de Estado y titulares de la llamada comunidad de inteligencia de Estados Unidos (CIA, DEA, FBI, ICE y la ATF), García Luna, residente en Florida, fue acusado por el fiscal Richard Donoghue, del Distrito Este de Nueva York, de haber abusado de sus puestos oficiales para traficar cocaína, corrupción y rendir falso testimonio ante autoridades locales.

Promovido por el ex embajador de Estados Unidos en México, Jeffrey Davidow, cuando dirigía la Agencia Federal de Investigación (AFI) con Vicente Fox, el irresistible ascenso de García Luna al mundo de los servicios clandestinos y las acciones encubiertas se dio bajo el calderonismo al amparo de la Iniciativa Mérida y del ex jefe regional de la DEA, Dave Gaddis, periodo en el que como secretario de Seguridad Pública se codeó con la cúpula de la administración Obama, entre otros, con Leo Panetta y David Petraeus, ambos ex jefes de la CIA y del Pentágono; Eric Holder, del Departamento de Justicia; Janet Napolitano, de Seguridad Interna; James Clapper, de Inteligencia Nacional; Michele Leonhardt, directora de la DEA; Ronald Noble, jefe de Interpol, y el zar antidrogas Gil Kerlikowky.

Considerado uno de los artífices de la guerra no convencional (o irregular) de Estados Unidos en México desde la esfera de la seguridad civil, los vínculos orgánicos de García Luna con la DEA y la CIA cristalizaron a finales de 2010, cuando él y otros funcionarios del área de seguridad (Cisen, PGR, Sedena, Semar y SSP) fueron integrados al Grupo Bilateral de Trabajo México-Estados Unidos para Objetivos de Alto Valor (HVTG, por sus siglas en inglés). Según un reporte de la Oficina de la Política Nacional para el Control de Drogas (ONDCP), que depende de la Casa Blanca, el HVTG supervisaba el intercambio de inteligencia sensible sobre los principales grupos criminales mexicanos, y coordinaba o eliminaba conflictos de operaciones tácticas dirigidas a objetivos de alto valor en México.

Asimismo, García Luna tuvo acceso a la identidad de un equipo financiado por Washington: las Unidades de Investigaciones Sensibles (SIUs), integradas por policías mexicanos incorruptibles dedicados a tareas de alta peligrosidad, y participó activamente en los operativos encubiertos de la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF) Dejas las Armas Caminar y Rápido y Furioso, que consistieron en traficar armas de Estados Unidos a México con el objetivo de seguirles la pista y capturar a sus compradores.

Un espacio de poder desde donde García Luna compartió información de inteligencia con la CIA y la DEA, era el llamado búnker de Constituyentes, instalado en la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. Construido bajo tierra durante el gobierno de Calderón con tecnología de última generación adquirida en el marco de la Iniciativa Mérida, el búnker era asiento de Plataforma México, una red de interconexión de telecomunicaciones para el resguardo y procesamiento de datos, donde operaban alrededor de 600 estaciones de intervención telefónica.

Significativos, también, fueron los vínculos de García Luna −quien inició su carrera de espía en el Centro de Investigación y Seguridad Nacional en enero de 1989 a la edad de 21 años, siendo estudiante de ingeniería mecánica en la Universidad Autónoma Metropolitana− con el empresario Mauricio Samuel Weinberg, conectado a compañías de seguridad con base en Israel.

Según el portal de Reporte Índigo, García Luna y Weinberg se asociaron para crear compañías como ICIT Private Security México, propiedad de Weiberg, que operó en todo el país cuando el primero era secretario de Seguridad Pública con permiso que fue renovado durante el gobierno de Enrique Peña Nieto. Weinberg había abierto la firma en Miami en 2011 y ofrecía servicios de investigación y análisis de personas, protección ejecutiva, secuestros, seguridad física e industrial, sistemas y bases de datos, instalación de centros de control de confianza, venta de equipos de escucha, seguridad electrónica, localización y rastreo satelital.

Al terminar el calderonismo, García Luna se fue a vivir a Florida, donde fundó la firma GL & Associates Consulting, que requirió un permiso del Pentágono y la CIA porque sus sistemas estaban conectados a sus bases de datos. Reporte Índigo encontró coincidencias entre la compañía ICIT de Weinberg y la consultora de García Luna, entre otras, que tenían los mismossocios estratégicosen seguridad: el ex agente de la CIA José A. Rodríguez Jr.; Carlos Villar, ex agregado legal del FBI en la embajada de Estados Unidos en México cuando García Luna dirigía la AFI; el ex agente colombiano Luis Montenegro Rinco, ex director del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS, la policía política), y al ex agente de la DEA Larry Holifield, enlace entre la DEA y la CIA en Bogotá cuando Montenegro dirigía el DAS.

Con esos vínculos de años y tras ser colmado de medallas y diplomas por autoridades de Estados Unidos, la detención de García Luna en Dallas parece, al menos, contradictoria. A no ser que, como consignó una Rayuela de La Jornada, se estuviera cumpliendo la máxima atribuida al cónsul Escipión: Roma no paga a traidores; también cabe la posibilidad de que García Luna haya dejado de ser productivo en función de los intereses de Washington y ahora era desechable.