Atilio A Boron
La desorbitada beligerancia del imperio
Una pregunta que no dejan de hacerse víctimas y testigos de la
creciente agresividad del imperialismo refiere a la inexistencia, o en
todo caso debilidad, de las fuerzas y actores internacionales que
deberían impedir o por lo menos tratar de limitar los alcances de la
intensificación de la ofensiva lanzada contra Venezuela, Cuba y
Nicaragua por parte de la Administración Trump. [1] La historia de los
imperios demuestra sobradamente que en su fase de declinación éstos se
tornan más violentos y sanguinarios, y que sus líderes tienden a ser más
toscos y brutales. No sólo sus líderes, como lo demuestra con claridad
Donald Trump. También su entorno de asesores y consejeros refleja
similar involución, llegando a constituir algo semejante a lo que Harold
Laski, refiriéndose a los dirigentes del fascismo europeo, denominaba
“elites de forajidos”. [2] No hace falta remitirse al profeta Moisés y
las Tablas de la Ley para concluir que torvos personajes como John
Bolton, Elliot Abrams, Mike Pompeo, Juan Cruz, Marco Rubio y la
directora de la CIA, Gina Haspel, son una pandilla de hampones que sólo
como producto de la acelerada descomposición moral y política del
imperio trasiegan por las oficinas de la Casa Blanca cuando el sitio
apropiado para sus afanes debería ser una cárcel de máxima seguridad en
el desierto de Nevada. No hay entre ellos un solo estadista o un
intelectual capaz de ofrecer una visión realista y sofisticada de la
realidad contemporánea. Ninguno resistiría diez minutos de debate con
Vladimir Putin o Serguéi Lavrov, eventualmente con Xi Jiping, porque
serían intelectualmente destrozados de manera fulminante.
¿Hampones? Sí, pero también algo más. En una entrevista relativamente
reciente Madelein Albright sentenció que “un fascista es un matón con
ejército”, definición que calza como anillo al dedo para definir a la
actual dirigencia estadounidense. [3] Son fascistas que dirigen un
ejército de alcance planetario. No sorprende que el diagnóstico sobre la
situación internacional de estos personajes sea de un espeluznante
simplismo, a la Hollywood. Están los buenos y los malos, los primeros
son ellos, los estadounidenses, y los demás, los malos que se subdividen
en dos tipos. Una tropa de cobardes poco dispuestos a pagar por su
defensa (como los europeos, según el círculo áulico de Trump) y un
enorme conglomerado de holgazanes, ladrones, narcotraficantes, asesinos y
violadores que seríamos todos los restantes habitantes del planeta.
Este desaforado maniqueísmo lo expresó de manera rotunda otra eminente
mediocridad que ocupó la Oficina Oval de la Casa Blanca: George W. Bush
quien, al lanzar su campaña “antiterrorista” después del 11-S advirtió a
los pueblos del mundo que “quien no esté con nosotros estará contra
nosotros”. Con nosotros, los buenos, o los malos redimidos; contra
nosotros, y ateniéndose a las consecuencias, todos los demás.
Por consiguiente, la actual escalada belicista instrumentada mediante la
aplicación de todos los capítulos de la Ley Helms-Burton en contra de
Cuba y un torrente de sanciones económicas en contra de Venezuela,
Nicaragua y, allende del Atlántico, Rusia y Corea del Norte, es
expresión de la tambaleante situación que atraviesa el imperio
americano, cuyos más lúcidos analistas y estrategas coinciden en señalar
que los días del apogeo imperial ya quedaron definitivamente atrás. De
ahí que Trump y sus secuaces hayan arrojado por la borda las sutilezas y
los delicados pasos de minué propios del juego diplomático
(ejemplificado al reducir el presupuesto y funciones del Departamento de
Estado y designar a un “hombre de acción” como Mike Pompeo como su
Secretario) y exaltado el papel de la coerción y la violencia como
instrumentos para reconstruir aquel orden mundial con que muchos se
ilusionaron: el “nuevo siglo americano”, infantil espejismo con que se
entretuvieron muchos académicos y analistas tras el derrumbe de la Unión
Soviética pensando que este siglo veintiuno sería el del predominio
absoluto e incontestable de Estados Unidos. Se equivocaron de medio a
medio, y a la inicial frustración derivada del incumplimiento de tan
rosados designios siguió una apuesta tan tenebrosa como temeraria por la
violencia.
Una vieja obsesión y la guerra de quinta generación
Sería injusto decir que todo esto sobreviene, como un rayo en un día
sereno, de la mano de Trump. Tiene orígenes lejanos. Como lo hemos
demostrado en nuestro
América Latina en la Geopolítica del Imperialismo
[4] la opción guerrerista estaba ya firmemente instalada en los planes
de la Administración Clinton y Madelein Albright fue una de sus más
elocuentes voceras cuando advertía a propios y ajenos que para
Washingtonla opción por el multilateralismo sería respetada “cuando
fuera posible”; en caso contrario “el unilateralismo seguiría siendo
necesario”. Traducción: negociación diplomática multilateral en el marco
de la ONU en la medida que sea posible -y conveniente- para los
intereses de EEUU; si esto no funciona el músculo militar deberá
aplicarse cada vez que sea necesario. No podemos olvidar que fue el
presidente Barack Obama quien en el 2015 abrió las puertas a la violencia
desatada por Trump contra Venezuela cuando emitió una infame orden
ejecutiva declarando que la situación del país sudamericano obligaba a
la Casa Blanca a declarar una “emergencia nacional” por la “amenaza
inusual y extraordinaria” que la patria de Bolívar y Chávez representaba
para la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos.
[5]
El razonamiento anterior permite comprender las razones por
las que ante el evidente fracaso diplomático de EEUU para lograr un
consenso a favor de su criminal bloqueo a Cuba –repudiado masivamente
año tras año en la votación de la Asamblea General de las Naciones
Unidas- o de hacer que la “comunidad internacional”se encuadre tras las
directivas golpistas de Washington para designar a un fantoche
impresentable como “presidente encargado” de Venezuelala respuesta del
gobierno estadounidense haya sido recurrir a las nuevas armas de la
guerra, esas que constituyen lo que algunos analistas denominan como
“guerra de quinta generación.” Ya de poco o nada sirven los tratados de
control de armas de la época de la Guerra Fría porque hoy las guerras se
libran cada vez con mayor frecuencia con artefactos distintos de los
convencionales: ataques informáticos, pulsos electromagnéticos
teledirigidos, propaganda, terrorismo mediático, sanciones económicas,
presiones diplomáticas, nanotecnología y robótica aplicadas al campo
militar. No es que las armas tradicionales hayan caído en desuso sino
que las tareas de “ablande” de la resistencia ante el agresor
imperialista, que antaño realizaban los bombardeos y los ataques
convencionales con helicópteros artillados o misiles lanzados desde
navíos de guerra, hoy esas tareas se llevan a cabo apelando a
una propaganda que sataniza al enemigo, promueve el caos y la
desintegración social a la vez que lanza formidables agresiones
económicas (bloqueos comerciales, confiscaciones de activos, amenazas a
proveedores de insumos básicos o compradores de lo producido por una
economía, etcétera)y ataques informáticos a centros neurálgicos de un
país -una usina hidroeléctrica, por ejemplo- como lo demuestra el caso
de Venezuela en estos días. Nuevas armas para un nuevo tipo de guerra
que sin disparar un solo tiro pueden ocasionar inmensos daños a la
infraestructura de un país al privarlo de energía eléctrica -y, por
ende, de iluminación, agua, gasolina, transporte, internet, etcétera -y
causar enormes sufrimientos a su población. En el caso del país
bolivariano la apuesta del imperio es que ante tamañas penurias y
sufrimientos se produzca un incontenible levantamiento popular que ponga
fin a la revolución bolivariana y al gobierno de Nicolás Maduro.
Fracasaron, y seguirán fracasando porque subestiman la capacidad de
resistencia de venezolanas y venezolanos; y porque los ataques de
Estados Unidos han consolidado aún más la vocación antiimperialista del
pueblo venezolano al paso que la oposición –por su cipayismo, su falta
de patriotismo, su desprecio por la historia nacional y por la
autodeterminación popular- ha quedado reducida a casi nada. Carente por
completo de capacidad de liderazgo. Guaidó se desdibuja como una figura
fantasmal en acelerado proceso de evaporación, sostenido a duras penas
por la canalla mediática y los gobiernos tributarios de la Casa Blanca
que se desviven por satisfacer las órdenes del nuevo Calígula, el más
monstruoso de los emperadores romanos según el historiador Suetonio. [6]
La agresión económica, hoy perfeccionada como un puntal del
nuevo tipo de guerra, ya fue ensayada sin éxito con Cuba desde hace más
de sesenta años. En un memorando elocuentemente titulado (con una enorme
dosis de
wishful thinking) “La declinación y caída de Castro”,
fechado el 6 de Abril de 1960 y dirigido al Secretario de Estado Adjunto
para Asuntos Interamericanos, Roy R. Rubottom Jr. se reconocía que la
mayoría de los cubanos apoyaban al gobierno revolucionario y que, como
hoy en Venezuela, no existía oposición efectiva, ante lo cual lo se
concluía que el “único medio previsible para alienar el apoyo interno a
Castro era el desencanto y la desafección basados en la insatisfacción y
las penurias económicas.” Era responsabilidad de Washington, por lo
tanto, desatar toda clase de iniciativas tendientes a producir,
precisamente, los sufrimientos y privaciones que encenderían la chispa
de la rebelión. [7]
La incentivación de este tipo de conducta
es lo que, con las renovadas presiones económicas y financieras, está en
los planes actuales de Washington en relación no sólo a Venezuela sino
también Cuba y Nicaragua. Al principio de esta nota nos preguntábamos
por la ausencia, o al menos notoria debilidad, de fuerzas compensatorias
en el marco internacional que pudieran atenuar, cuando no neutralizar,
los letales efectos de la brutal contraofensiva norteamericana
encaminada a recuperar el control absoluto de Nuestra América. Es
indiscutible que en el emergente mundo policéntrico o multipolar estas
fuerzas compensatorias existen y, hasta ahora, han tenido una cierta
eficacia en impedir que Estados Unidos apelara, como lo hiciera
rutinariamente a lo largo de todo el siglo veinte, a la “opción
militar”, que al decir de los personeros de Washington “está siempre
sobre la mesa.” Basta con recordar lo ocurrido en Santo Domingo en 1965,
Granada en 1983 y Panamá en 1989 para constatar lo mucho que ha
cambiado el mundo y la declinante capacidad de Estados Unidos para
apelar unilateralmente a la intervención militar para deshacerse de
gobiernos desobedientes. Hoy es muy poco probable que lo vuelva a
intentar, y esto es de por sí una gran noticia. Claro que si esa
alternativa parece descartada se debe menos a los escrúpulos morales de
la dirigencia norteamericana que a los límites que impone una
correlación internacional de fuerzas en donde países como Rusia y China
se han manifestado, de modo rotundo, en contra de la misma con
declaraciones de una inusual dureza. Pero la neutralización de una
guerra económica,o de una pertinaz propaganda satanizadora de gobiernos
revolucionarios, o del terrorismo mediático para ni hablar de los
ataques informáticos es algo mucho más difícil de concretar.
Europa y el imperialismo norteamericano
Lo anterior obedece, en buena medida, a la lamentable deserción de los
gobiernos europeos de sus responsabilidades en el mantenimiento del
orden y la legalidad internacionales. Un efectivo contrapeso a las
sanciones económicas arbitrariamente impuestas por Washington a los
países que, en su parecer, representan una amenaza a la paz mundial o a
la seguridad nacional de Estados Unidos sólo puede ser interpuesto por
gobiernos que cuenten con una cierta gravitación internacional. No es
algo que esté al alcance de la enorme mayoría de los países de la
periferia mundial del capitalismo, carentes de los recursos económicos,
intelectuales y tecnológicos para neutralizar los dispositivos de la
guerra de quinta generación que ha lanzado Estados Unidos. Pero sí es
algo que las viejas potencias coloniales pueden hacer y desgraciadamente
no hacen. Países como Francia, Italia, Reino Unido, Alemania, España,
Portugal, Holanda y Bélgica, amén de algunos otros, podrían rechazar de
plano la antidemocrática e ilegal “extraterritorialidad” de las leyes
dictadas por el Congreso de Estados Unidos, y sin embargo no lo hacen.
Al contrario, aceptan sin chistar este humillante avasallamiento de la
soberanía nacional. Las leyes de los países europeos carecen de
aplicación en Estados Unidos, pero las de éste se imponen, como
corresponde a un imperio, en casi todo el mundo. Un ejemplo extremo,
pero no por ello único, es lo ocurrido con el principal banco de
Francia, el BNP Paribas que en Junio de 2014 fue condenado a pagar una
multa de 8.834 millones de dólares (unos 6.450 millones de euros) por
desobedecer las sanciones económicas impuestas contra Sudán , Irán y
Cuba . No sólo eso: por órdenes del Departamento del Tesoro de EEUU el
BNP Paribas tuvo también que despedir a 13 funcionarios involucrados en
esas operaciones y al jefe de operaciones internacionales del banco. Y
ante tamaño atropello las autoridades francesas no tuvieron las agallas
para rechazar de plano la insolente injerencia estadounidense en su
propio país limitándose a refunfuñar que aquella decisión “no era
razonable” (el canciller Laurent Fabius
dixit); o que le parecía
“desproporcionada” (el presidente François Hollande) mientras el General
Charles de Gaulle se revolvía asqueado en su tumba. [8]
Lo
antes dicho confirma que la apuesta de la Casa Blanca para construir un
imperio mundial encuentra en la casi totalidad de los gobiernos europeos
vasallos dispuestos a convalidar dicha pretensión, convencidos, en su
estúpida ingenuidad, que en algún momento podrán recoger las migajas de
esa aventura y ser copartícipes en un ilusorio “condominio imperial”. La
realidad es muy diferente y lo que queda en evidencia es que esos
países se encuentran sometidos a una relación de subordinación tan
asfixiante como la que caracteriza a las naciones de América Latina y el
Caribe.
Tres dimensiones de la autonomía nacional-estatal
¿Europa sometida, al igual que Latinoamérica, a la dominación
imperialista? Algunos podrán fruncir el ceño ante semejante afirmación.
Pero si examinamos detalladamente el asunto veremos que no hay
exageración alguna. Un examen sobrio de la relación entre el
imperialismo norteamericano y los países europeos revela que éstos se
encuentran sometidos a aquél con lazos tan asfixiantes como los que
encontramos en Latinoamérica. En las tres dimensiones críticas de la
actividad gubernamental: la gestión de la economía, la defensa y la
política exterior la sumisión de los países de la Unión Europea a las
directivas emanadas de la Casa Blanca es inocultable. En efecto, basta
con recordar que ningún presupuesto de los países que pertenecen a la UE
puede ser sometido al parlamento sin contar primero con el visto bueno
del Banco Central Europeo. La firma de su presidente -Mario Draghi,
italiano, ex director ejecutivo nada menos que de Goldman Sachs en
Europa y del Banco Mundial- es la que establece cuánto se puede gastar,
cómo y de qué modos financiar el gasto público. A los devaluados
“representantes del pueblo”, democráticamente electos, les resta la
ingrata tarea de adecuar sus promesas electorales a las duras realidades
impuestas por el capital financiero global a través del BCE. Va de suyo
que éste funciona en línea con el FMI y desempeña, en el ámbito
europeo, las mismas funciones que la institución basada en Washington
realiza en Latinoamérica. A lo anterior hay que agregar otro dato muy
significativo: la mayoría de los países de la Unión Europea pertenecen
también a la Zona Euro lo cual, en la práctica significa que sus
gobiernos no disponen de un instrumento fundamental de gobernanza
macroeconómica: la política monetaria, que permite a un país establecer
un tipo de cambio, administrar la tasa de interés y devaluar o
sobrevaluar su moneda en función de las cambiantes realidades de los
mercados mundiales y del comercio internacional. La dictadura del Euro
responde en realidad a las necesidades de la economía alemana (y en
muchísimo menor medida a las economías más débiles de Europa), estando
aquella íntimamente articulada con el capital financiero internacional
que encuentra su expresión institucional en el Banco Central Europeo, el
Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y su expresión
informal, pero de enorme gravitación, en Wall Street y en menor medida
en la City londinense. Por consiguiente, la autonomía nacional en una
materia tan sensitiva como la política monetaria es igual a cero en los
países integrados a la Zona Euro, lo que refuerza su subordinación y su
dependencia de los Estados Unidos. [9] Tomando en cuenta todas estas
consideraciones la soberanía popular definitoria de la democracia en
temas como el presupuesto -la “ley de leyes”, como suele decirse- queda
al igual que en los países del Sur global reducida a un mero simulacro.
La infortunada experiencia de Grecia en donde la voluntad popular
expresada en las urnas fue desestimada por la troika que maneja la
economía de la UE -el BCE, la Comisión Europea y Alemania a través de la
Canciller Angela Merkel- es un triste recordatorio de la subordinación
de la democracia a los imperativos del capital financiero y los
mercados.
¿Qué decir de las políticas de defensa? Si en materia
económica la dictadura del BCE es humillante no lo es menos a la hora
de hablar de la defensa “nacional”. Esta sólo existe en los papeles y en
las encendidas declaraciones oficiales porque esta política -la que
establece una hipótesis de conflicto, define quién es el enemigo y como
defenderse de él o la forma de atacarlo- la decide la OTAN y no los
gobiernos europeos. Sus ministerios de defensa son museos en donde se
exhiben uniformes militares y armas del pasado pero sin que allí se tome
decisión alguna acerca de cómo defender la soberanía nacional y la
integridad territorial. No sorprende, porque hace ya bastante tiempo que
los gobernantes europeos han arrojado por la borda cualquier pretensión
de sostener la una y la otra, consideradas como molestas antiguallas en
la era de la globalización en donde, según se dice, los estados
nacionales son reliquias reducidas a una vida apenas espectral. Y el
nervio y el corazón de la OTAN, tal como lo reafirman continuamente los
expertos, no es otro que el Pentágono. [10] De ahí se deduce que los
enemigos de los europeos no pueden ser otros que los rivales de Estados
Unidos. Esto no es una novedad de los últimos años sino una realidad con
una historia de casi tres cuartos de siglo que se desprende de la
Segunda Guerra Mundial, el orden bipolar instaurado a partir de su
finalización y el desarrollo de la alianza atlántica anti-soviética
cristalizada en el Plan Marshall y la creación de la OTAN. Y las guerras
que se libren tendrán lugar, apropiadamente, en territorio europeo
(recordar la ex Yugoslavia) o en sus cercanías (Cercano Oriente), y
serán los europeos quienes tendrán que recibir a los millones de
refugiados, como ha venido ocurriendo luego de los ataques a Siria, a
Afganistán, a Libia, a Irak, mientras que ninguno de ellos se
arriesgaría a atravesar en una patera o un bote de goma el Atlántico
Norte para llegar a la Ellis Island y ser recibidos por la Estatua de la
Libertad. Influjo descontrolado de refugiados que, sabemos, suele
alimentar las reacciones más racistas y xenofóbicas en amplios sectores
de la población y proyectar a primer plano a fuerzas de la derecha
radical antaño reducidas a expresiones marginales en la vida política
europea. En suma: en este terreno la subordinación de los países
europeos a las prioridades militares y de defensa de Washington no sólo
no es menor que la que tienen los países latinoamericanos (con algunas
conocidas excepciones) sino mucho mayor, dado que Europa y la cuenca del
Mediterráneo son el escenario principal de la confrontación geopolítica
global. Los enemigos de Estados Unidos se convierten, automáticamente y
en contra del interés nacional y de seguridad de los europeos, en los
enemigos de Europa.
Tercero, la política exterior. Un país
independiente debe definirla en función de sus intereses nacionales. El
imperio es muy claro en este tema: John Quincy Adams, el sexto
presidente de Estados Unidos sentenció que “Estados Unidos no tiene
amistades permanentes sino intereses permanentes.” Y éstos no pueden ser
otros que consolidar y expandir hasta donde sea posible los confines
del imperio, batallar en contra de sus adversarios y enemigos y unificar
la tropa de sus amigos y aliados. Pero como los gobiernos europeos han
abdicado de toda pretensión de afianzar su autodeterminación y dado que
desde la época de la Guerra Fría y el Plan Marshall optaron por asumir
como propios los dictados de la política exterior de Estados Unidos en
su competencia con la Unión Soviética y como, luego de desintegrada
ésta, se entregaron a la estrategia de Washington que definió a Rusia
como el rival a vencer (¡y posteriormente a China!) las capitales
europeas se plegaron a las posturas más reaccionarias de la Casa Blanca
en América Latina y el Caribe. Acompañaron durante más de medio siglo el
criminal bloqueo contra Cuba. Más recientemente, fueron cómplices de la
bufonesca maniobra de Juan Guaidó en Venezuela, estruendosamente
fracasada. Esto demuestra como gobiernos de países que en su época de
esplendor (que ciertamente no es la actual) dieron origen a algunas de
las doctrinas y teorías que ensalzaban el estado de derecho, la
legalidad internacional y el respeto a la autodeterminación de las
naciones cayeron en la más abyecta sumisión al reconocer al
autoproclamado “presidente encargado” de Venezuela ungido como tal por
el mandamás de la Casa Blanca. Pocas veces la historia vio un
espectáculo tan bochornoso como ese, cuyas consecuencias no serán
fácilmente olvidadas. Por consiguiente, los gobiernos europeos
renunciaron a elaborar una política exterior propia para una región que
es un imperio formidable de bienes comunes y recursos naturales de todo
tipo, desde agua a biodiversidad; desde petróleo a gas y energía
hidroeléctrica; desde alimentos a minerales estratégicos, y asumen como
propia la política exterior de saqueo y pillaje que los gobernantes
estadounidenses tienen reservada desde los tiempos de la Doctrina Monroe
(1823) para Nuestra América.
Resumiendo: al abstenerse de
elaborar una política exterior independiente de Washington –no sólo en
relación a América Latina y el Caribe sino en general, en referencia al
conjunto de países que conforman la comunidad internacional- los
gobiernos europeos actúan en desmedro de sus propios intereses. Si
durante el apogeo del poderío soviético y con una Europa absorbida por
las tareas de su reconstrucción de posguerra aquella era una opción
inescapable, en la situación actual signada por el debilitamiento de la
hegemonía estadounidense y la reconfiguración del tablero geopolítico
mundial este curso de acción conduce a los pueblos de Europa hacia un
peligroso atolladero. Entre otras cosas, aparte del riesgo de un
enfrentamiento bélico en las puertas –cuando no al interior mismo- de
Europa porque la aplicación integral de la Ley Helms-Burton perjudicará a
Cuba y otro tanto a Venezuela y Nicaragua pero también afectará a
numerosas empresas europeas –sólo en Cuba más de 200- que verán
menoscabados, cuando no arruinados, sus negocios en estos países. Sordas
protestas se dejan oír en varias capitales europeas y mismo la alta
representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad,
Federica Mogherini alertó -en un comunicado conjunto también firmado por
la comisaria de Comercio de la UE, Cecilia Malmström- a la Casa Blanca
que su organización acudiría a la Organización Mundial del Comercio
(OMC) para impugnar la decisión de aplicar con todo rigor la ley
Helms-Burton y en especial su título III. Para Trump y sus hampones la
intensificación de los padecimientos económicos de la población cubana,
recomendada en el memorándum de 1960 que citáramos más arriba, es un
arma de la guerra de quinta generación que no sólo afectará a la Isla
rebelde sino también a los países europeos, que Washington los prefiere
debilitados para que corran en busca de la protección que pudiera
ofrecerle con sus armas convencionales. Claro que una política de este
tipo podría, bajo ciertas condiciones, provocar un cambio en la
conciencia de las dirigencias europeas y convencerlas que tienen poco o
nada que ganar siendo furgón de cola de un imperio en decadencia y mucho
que ganar estableciendo relaciones de respeto mutuo y cooperación con
los dos grandes rivales de Estados Unidos, que no son sus rivales sino
posibles socios de un proyecto que beneficie a todos por igual. Difícil,
porque significa nada menos que revertir los férreos lazos forjados con
Estados Unidos en la segunda posguerra. Pero no sería la primera vez en
la historia europea en donde alianzas aparentemente inconmovibles son
puestas en cuestión o viejos antagonismos dan nacimiento a nuevos
acuerdos y coaliciones.
El antiimperialismo y las tareas del momento actual
De lo anterior se desprenden tres tareas urgentes. Primero, lograr un
pronunciamiento a escala europea de los movimientos sociales, fuerzas
políticos y de ser posible de los gobiernos y organismos regionales
europeos en contra de la pretensión de Washington de profundizar la
agresión económica en contra de Cuba, Venezuela y Nicaragua. En este
sentido la reciente creación del Frente Antiimperialista
Internacionalista en el Estado Español es un alentador paso hacia
adelante. Deberá también denunciarse el descarado intervencionismo de
Estados Unidos en los asuntos internos de terceros países, ninguno de
los cuales es una provincia de Estados Unidos, como lo manifestara en un
duro comunicado la cancillería rusa. Y subrayar, además, que la
aplicación del Título III de la Ley Helms-Burton no sólo afectaría a los
países latinoamericanos sino que haría lo propio con los europeos.
Segundo, concientizar a las poblaciones europeas de que ellas también
están sometidas a los rigores de la dominación imperialista, que ésta no
sólo se ejerce sobre los países de la periferia, y que, por esa causa,
si en su locura Washington decidiera escalar su confrontación con Rusia y
China y lanzar un ataque militar contra esas potencias las réplicas que
éstas dispongan afectarían gravemente a los países europeos, sedes de
innumerables bases militares estadounidenses que se convertirían en
blancos inmediatos de la represalia afectando no sólo las instalaciones
del Pentágono sino también a las poblaciones aledañas. No existe
conciencia de este peligro en Europa, y es urgente e impostergable que
este tema sea objeto de un muy informado debate.
Será preciso,
además, acometer una tercera tarea porque no basta con la
concientización: habrá que movilizar y organizar a las masas populares
europeas para poner fin de su sumisión al dominio imperialista. El
antiimperialismo es una lucha tan decisiva en Latinoamérica como lo es
en Europa y la coordinación internacional de estas luchas es un
imperativo categórico de la hora actual. Esto requiere exigir la
disolución de OTAN –creada para “contener” a un enemigo, la Unión
Soviética, que desapareció hace casi treinta años- y, tras cartón,
clausurar las bases militares que Estados Unidos tiene en Europa que
solo servirán para atraer la represalia de los países agredidos por el
imperio. No es un dato menor para demostrar el sometimiento el
imperialismo de los gobiernos europeos recordar el elevado número de
bases militares estadounidenses asentadas en Europa, superior en
cantidad y calidad a las estacionadas en Latinoamérica y el Caribe. En
todos los casos poniendo en gravísimo riesgo a las poblaciones civiles
que rodean a las bases, algo que, va de suyo, no despierta la menor
preocupación a los estrategas del Pentágono curtidos en centenares de
operaciones en donde los “daños colaterales” son cosas de todos los
días.
A modo de conclusión: es imprescindible librar una
batalla para que los pueblos de Europa tomen conciencia de que están tan
sometidos a la dominación imperialista como sus contrapartes allende el
Atlántico. Si por los latinoamericanos el imperio manifiesta sin
tapujos su desprecio, en su relacionamiento con Europa prevalece un
simulado respeto en lo formal que no alcanza para ocultar el vasallaje
real que imponen sobre todos sus gobiernos sin excepción. Será necesario
crear las condiciones para que los pueblos de Europa puedan romper el
pesado velo de la ignorancia, producto de su errónea creencia en la
amistad y la admiración que supuestamente les prodiga la clase dominante
de Estados Unidos. Falsa conciencia cultivada con esmero por la
ideología dominante y sus vehículos de divulgación y que impide que
caigan en la cuenta que los principales problemas que hoy afectan a
Europa: el crecimiento de la derecha radical; la xenofobia; la ruptura
de la integración social; la hegemonía del capital financiero y sus
efectos recesivos: el paro, la precarización laboral y la concentración
de la riqueza; el incontenible flujo de refugiados por las guerras en
Cercano Oriente o emigrados por la crisis económica en África así como
el vaciamiento de los procesos democráticos tienen su origen en el
imperialismo y las políticas que impone gracias al colaboracionismo de
las decadentes burguesías europeas y sus representantes políticos.
Concientizarlos también que los pueblos de Europa están en peligro
porque si llegara a producirse una escalada en la rivalidad entre
Washington con Moscú y Beijing Europa se convertiría
ipso facto
en el principal teatro de operaciones bélicas y los europeos en rehenes
de ambas partes en conflicto, con las catastróficas consecuencias que es
fácil de imaginar. A lo anterior hay que añadir la reaparición del
terrorismo yihadista como respuesta a la abominable islamofobia del
imperio y sus criminales políticas en Cercano Oriente. Batalla de ideas,
por supuesto, pero combate organizacional también, porque la
correlación de fuerzas existente no se podrá cambiar apelando tan sólo a
discursos y argumentos teóricos. Si los pueblos no se organizan y ganan
la calle el imperio seguirá perpetrando sus tropelías. Como lo está
haciendo ahora en Venezuela, Cuba y Nicaragua y más pronto que tarde
también, de nueva cuenta, volverá a hacerlo en Europa. Sólo una eficaz
resistencia popular antiimperialista, articulada
internacionalmente,podrá erigir límites infranqueables a su criminal
accionar.
Atilio A. Boron: Programa Latinoamericano de
Educación a Distancia, Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
Director del Ciclo de Complementación Curricular de la Licenciatura en
Historia del Departamento de Humanidades y Artes de la Universidad
Nacional de Avellaneda. Investigador del IEALC, Instituto de Estudios de
América Latina y el Caribe, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad
de Buenos Aires
Notas :
[1]
Quiero agradecer los comentarios y sugerencias formulados a una versión
preliminar de este trabajo por Ángeles Diez Rodríguez y Txema Sánchez.
Quedan eximidos de toda responsabilidad por los yerros o deficiencias
que puedan subsistir en el presente escrito, producto exclusivo del
empecinamiento de su autor.
[2] Harold Laski,
Reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo (Buenos Aires: Editorial Abril, 1945), pp. 117 y ss.
[3] (En
https://elpais.com/elpais/2018/09/20/eps/1537435497_152676.html )
[4] Ediciones en varios países. Original en Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2012.
[5] (
https://www.bbc.com/mundo/ultimas_noticias/2015/03/150309_ultnot_eeuu_venezuela_sanciones )
[6] Cf. sus
Vidas de los Doce Césares, ediciones varias.
[7] (Ver:
https://history.state.gov/historicaldocuments/frus1958-60v06/d499 )
[8] Sobre este tema:
https://plazafinanciera.com/mercados/empresa/mayor-sancion-banco-historia-eeuu-bnp-paribas/ y también
https://elpais.com/economia/2014/06/30/actualidad/1404118266_164607.html
[9] Pertenecen a la zona Euro: Alemania , Austria , Bélgica , Chipre ,
Eslovaquia , Eslovenia , España, Estonia , Finlandia , Francia, Grecia,
Irlanda , Italia, Letonia , Lituania , Luxemburgo, Malta , Países Bajos y
Portugal. Por fuera de dicha zona se encuentran Bulgaria, Croacia,
Dinamarca, Hungría, Polonia, Reino Unido, República Checa, Rumania y
Suecia.
[10] Sobre esto ver Mahdi Darius Nazemroaya,
OTAN. La globalización del terror (Prefacio de Miguel d’Escoto y Prólogo de Atilio A. Boron) Managua: PAVSA, 2015.