CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En las cumbres del pensamiento hay centinelas del espíritu que divisan desde lo alto el porvenir de la historia, del derecho, de los destinos humanos. Los mortales comunes lo ven, por regla, desde sus cortas narices, con excepción de aquella célebre de Góngora por su dilatado tamaño, tan celebrada por el ingenio de Francisco de Quevedo y Villegas.
Karl Jaspers fue uno de esos centinelas como filósofo y psiquiatra. Profesor de filosofía y directivo de la legendaria Universidad de Heidelberg antes del triunfo del terror hitleriano, enemigo declarado del nazismo, influyó grandemente en las ideas de Gadamer y Paul Recoeur, entre otros. Fue uno de los restauradores de la conciencia democrática en la Alemania humeante de la postguerra.
Alerta Jaspers a los países y a sus pueblos en varias de sus obras clarividentes del peligro siempre latente, aun en las democracias consolidadas, del resurgimiento de la mueca política de rasgos totalitarios. Recomienda él que, al menor indicio de esa mueca aterradora, deben los pueblos ponerse en guardia de inmediato, so pena de que después sea demasiado tarde para la defensa del derecho. Dice él que cuando el sentido de la libertad mengua y la persona abandona sus más altas responsabilidades, entonces, en aras de su seguridad, sobreviene la crisis de la capitulación vergonzosa de las personas y su decoro.
También Ortega y Gasset, con su mirada poderosa de larguísimo alcance, advirtió sobre la posibilidad del “reinado de la cobardía” en la época contemporánea: es cuando el hombre amilanado, incapaz de enfrentarse al destino con valor, con el propio pecho, busca con “tierna mirada de can al amo”, al capataz que le brinde seguridad en medio del naufragio y del miedo. Ello equivale a la derrota de la libertad, es decir, a la humillación de lo más esencial del ser humano.
Naufraga entonces lo de verdad humano y surge la “paz segura” del establo. Es cuando casi todos los cuellos se inclinan ante el poder, es cuando se olvida que la felicidad está en la libertad, en el exigirse mucho a sí mismo, en la práctica de la virtud tan antigua y tan nueva de nuestros maestros griegos y cristianos, exaltada en el panteón del Cerámico por el orador sin par, y por los heraldos de siempre del Nazareno de 33 años.
Hace unos días la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SJNC) validó “constitucionalmente”, a la mexicana, la facultad de las policías de llevar a cabo inspecciones en personas y vehículos sin orden judicial o ministerial, en los casos de lo que ambiguamente llaman “sospecha razonada”, en adición a los supuestos de flagrancia y en ataque al núcleo sagrado de la intimidad personal, de la privacidad tan cara a las almas nobles. Esta validación equivale a un vaciamiento del genuino derecho penal que sanciona hechos, conductas punibles en salvaguarda de valores estimados como superiores por la sociedad, y no al sujeto al que se prejuzga de sospechoso por motivos de índole meramente subjetivos: económicos, raciales, políticos, religiosos y un amenazante etcétera.
De nuevo se transita del camino de la civilidad constitucional que parte de la persona y su intangible dignidad –fundante del principio de la presunción de inocencia, eje del proceso penal democrático– al laberíntico callejón del “derecho” penal del enemigo, de la venganza preventiva que ve en todo ser humano, sobre todo del humilde, del indefenso, del crítico, un enemigo potencial del poderoso en turno, un culpable presunto que no es considerado persona con derechos, sino enemigo del sistema, objeto desechable de intimidación siempre latente.
El derecho penal del enemigo es un arma del neoliberalismo. Las raíces de aquél calan en Hobbes, defensor del despotismo; Hegel, Carl Schmitt, jurista del nacionalsocialismo, y actualmente en Wünther Jakobs, ideólogo de tal pseudo doctrina penal, enemiga del derecho penal, como juristas honorables lo han señalado. Su falsa base está en Hegel, en que lo real es racional, es decir, en que si algo funciona es legítimo al margen de su rectitud, de su verdad; ejemplos de tal eficacia: la esclavitud, la tortura, la privación de derechos fundamentales para asegurar la tranquilidad del establo, etc.
La Corte, con tal decisión contraria a la razón que se funda en la esencia y finalidad intrínseca de las cosas y no en lo fáctico-descriptivo de las mismas, trastocó la naturaleza del derecho penal al convertirlo, con fines de eficacia desnuda de justicia, en secuela del derecho penal del enemigo. Éste, como bien dice el jurista L. Ferrajoli, campeón del garantismo constitucional, es todo menos derecho penal, al perturbadoramente transformarse en instrumento de propósitos políticos. La “explicación” a posteriori que dio la Corte sobre el alcance de tal resolución ante las críticas inmediatas de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no salva el grave problema de violación de derechos humanos, ya que la inspección en todo caso se basará en la “sospecha razonada”, que equivale a prejuzgar al sujeto de forma subjetiva.
“Explica” la Corte que solamente procede la revisión en caso de que haya una denuncia formal, entonces lo lógico en tal supuesto sería solicitar la orden judicial para llevar a cabo la inspección y así evitar la subjetividad del criterio injusto de la sospecha razonada; pero además dice que aun procede la inspección con base en la sospecha tratándose de ¡denuncias informales! Con la libertad no se juega señores.
Dicha resolución es presagio de lo que pronto vendrá muy probablemente: la legitimación por parte de tal tribunal de la Ley de Seguridad Interior, cuyo fin es mantener la hegemonía del sistema. Ley que al aplicarse echaría los cimientos de lo que llama Ferrajoli el “imperio del miedo”, a menos que lo impidan las fuerzas del espíritu.
México debe despertar de su letargo ante las amenazas a su libertad, de su inconciencia constitucional. Muy entretenido en el circo en que está convertida la contienda electoral, carente de grandeza en general, insubstancial y tantas veces frívola, en un momento crítico, de suma gravedad. En este trance de libertad o barbarie, es alentador que las páginas de Proceso vayan a la vanguardia en la empresa de sacudir letargos y conciencias.
En lugar de atacarse mutuamente los candidatos de la oposición real, facilitando el trabajo a los oficialistas que agreden mediáticamente a ambos –aunque al del Frente con especial saña por ahora–, el momento de crisis les demanda: elevar la mira, armarse de sensatez, olvidar agravios reales o imaginados que pasan a ser secundarios dada la emergencia nacional y conciliar esfuerzos contra el conocido maniobrar electoral, con el fin de evitarlo a toda costa con las herramientas del juego limpio. De otra manera todos perderán. Aún es el tiempo de la osada y eficaz generosidad.