No importa el color del partido que detente el Poder Ejecutivo en México: el que gobierna desde la década de 1980 es el neoliberalismo. Entrega malas cuentas: no ha podido generar crecimiento económico y ha profundizado la desigualdad, la pobreza y el desempleo, según los propios datos oficiales. Sin embargo, el modelo económico sigue inamovible. Los principales partidos políticos ligados a los grupos empresariales beneficiarios de las privatizaciones garantizan larga vida al neoliberalismo en México
La actual política económica –que data de
la década de 1980– está entre los factores que académicos, políticos y
ciudadanos señalan como detonantes de las crisis que enfrenta el país.
México ha estado inmerso en el
neoliberalismo 32 años y los resultados son contundentes: “Con Porfirio
Díaz el 95 por ciento de la población era pobre. En 1981 había bajado a
poco más del 40 por ciento. Actualmente es de 85 por ciento”, señala en
entrevista con Contralínea el doctor José Luis Calva Téllez,
miembro del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM).
Y ahonda: el poder adquisitivo de los salarios
cayó 71.5 por ciento y los salarios manufactureros perdieron el 38.5
por ciento de su poder de compra. Además, “hoy los salarios mínimos
están por debajo de la línea de la pobreza alimentaria. Es decir que si
un trabajador dedicara el ciento por ciento de su ingreso exclusivamente
para comprar comida –suponiendo que no gaste en transporte ni en
vivienda, ni en ropa ni en nada más– aun así no le alcanzaría para tener
una alimentación sana, equilibrada”.
A partir del gobierno de Miguel de la
Madrid, México adoptó una estrategia conocida como Consenso de
Washington o neoliberalismo económico.
Los programas se alinearon a lo dictado
por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) –al
Departamento del Tesoro estadunidense, en resumen–, y consistieron en la
“liberalización de manera abrupta del comercio exterior, del sistema
financiero y de la inversión extranjera; en la privatización de las
empresas públicas; el achicamiento del papel del Estado en el fomento
económico, agropecuario e industrial.
“Se hizo una reforma fiscal
para bajar las tasas, incluso de la renta, para particulares de altos
ingresos y empresas; se amplió la base de contribuyentes, afectando a
los de abajo. En el manejo macroeconómico se priorizó, por una
parte, la estabilidad de precios, y cumplir metas de balance fiscal,
pero desatendiendo el crecimiento económico”, explica Calva Téllez.
Desde entonces, “lo que estamos viviendo
es una tendencia a la concentración extrema de la riqueza, que provoca
que tengamos un puñado de multimillonarios (entre ellos el más rico del
mundo) al mismo tiempo y en contraste con la enorme cantidad de
población en pobreza extrema”, agrega el doctor Guillermo Garduño, profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana.
El vuelco fatal
Desde la administración de Lázaro
Cárdenas hasta el inicio de la era neoliberal, “el producto interno
bruto (PIB) creció a una tasa de 6.1 por ciento anual, lo que significó
un crecimiento acumulado de 1 mil 597 por ciento, y del 348 por ciento
por habitante”, enfatiza el investigador José Luis Calva. En
consecuencia, se dio una “elevación del 200 por ciento en el poder adquisitivo de los salarios manufactureros, mientras que los salarios mínimos aumentaron 97 por ciento su poder de compra”.
En las 3 décadas neoliberales, el PIB por
persona ha crecido a una tasa del 0.6 por ciento anual, es decir un
crecimiento acumulado de 21 por ciento. “Eso sin contar los millones de
mexicanos que emigraron en busca de empleos que no encuentran en nuestro
país. Entonces, contando a los emigrados, el crecimiento de PIB por
habitante es escasamente de 0.3 por ciento anual y acumulado de 10 por
ciento en 32 años”, acota el autor de México más allá del neoliberalismo. Opciones dentro del cambio global.
En el periodo referido por los
economistas e historiadores como “milagro mexicano” se regulaba el
comercio exterior con el afán de proteger las nacientes industrias
locales. Por ello “la manufacturera creció a una tasa de 7 por ciento
anual, incluso por encima del crecimiento del PIB”.
“En aquellos tiempos la idea básica era
que los mexicanos sí podíamos tener industria. El Instituto Mexicano del
Petróleo llegó a ser exportador de tecnología petrolera. Hoy la
ideología es: ‘no podemos; que vengan las compañías extranjeras’”.
En 1982, el PIB por habitante en México
era mayor, por ejemplo, que el de Corea del Sur, así como los salarios:
mientras que los del país asiático rondaban los 3 mil 925 dólares al
año, el promedio mexicano era de 7 mil 762 dólares.
Después los papeles se invirtieron: 20
mil 210.7 dólares es ahora el promedio en Corea –con un aumento del
456.7 por ciento del poder adquisitivo de los salarios manufactureros–,
mientras que el nacional apenas llega a 9 mil 755.9 dólares –con una
reducción del 38.5 por ciento del poder de compra.
Otro ejemplo del rezago frente a otras
naciones es China. “En el pasado los salarios en China eran menores que
los de México. Hoy es al revés”, subraya Calva Téllez. “En 2011, el
salario medio mensual en China fue de 523 dólares; en México fue de 467
dólares”.
De acuerdo con los datos del propio Fondo
Monetario Internacional, en 1982 México era una economía más grande que
China. “Medida en dólares corrientes, corregidos a paridad de poder
adquisitivo, la economía mexicana era de 488 mil 140 millones de
dólares, mientras que la china era de 390 mil 660 millones de dólares.
China era la décima economía del mundo y México la novena, antes de esta
estrategia neoliberal.
“México era un país que tenía un
crecimiento de su PIB por habitante que más que duplicaba el de los
países desarrollados. Convergía a tener un ingreso per cápita de
los más altos del mundo”, recuerda el académico del Instituto de
Investigaciones Económicas. “Si no se hubiera abandonado esa estrategia
de desarrollo, México sería actualmente la cuarta potencia económica del
planeta. Y el ingreso por persona en el país sería similar al de
Francia, Alemania”, asegura.
Pero en la década de 1980 sobrevino el
vuelco fatal. Tras una serie de endeudamientos en los sexenios de Luis
Echeverría y José López Portillo, Miguel de la Madrid tomó el poder y
aplicó las recomendaciones de los organismos internacionales controlados
por Estados Unidos. “Los tecnócratas neoliberales han mantenido el
modelo no obstante sean del Partido Revolucionario Institucional o del
Partido Acción Nacional”.
Desde entonces los caminos de México y
China llevaron a niveles diferentes: “En 2014, cuando China se convierte
en la primera economía del mundo, su producto interno bruto ascendió a
17 billones 632 mil millones –el de Estados Unidos es de 17 billones 416
mil millones–, y el de México de 2 billones 143 mil millones de
dólares. Es decir que las cuentas que el experimento neoliberal trae
para el país no son nada halagüeñas”.
Pudrición social, el resultado
La concentración de capitales genera
desigualdad de oportunidades; la disparidad de condiciones recrudece la
pobreza. Quienes acaparan la riqueza obtienen poder político y
solidifican su rentabilidad; quienes están abajo, en la miseria se quedan. Entonces la desesperación impera y con violencia se expresa.
“El pueblo que trabaja incesantemente
es, sin embargo, pobre y desvalido. […] Y esto consiste en que el fruto
del trabajo es usurpado por los que a fuerza de usurpaciones se llaman
después nobleza o aristocracia”, escribió Francisco Zarco.
“Y el origen de la aristocracia ha sido
siempre la usurpación del trabajo ajeno, la acumulación en unos cuantos
de lo que era de los demás.
“Y cuando la aristocracia ha crecido
como planta parásita, como árbol maléfico que seca las plantas que lo
circundan, el pueblo ha sido extranjero en su patria, porque se ha visto
despojado de la tierra y el agua, del trabajo y el pan.”
Zarco describió el México decimonónico,
pero bien pudo ser el México del siglo XXI. Ambos momentos históricos
están marcados por políticas liberales en favor de una minoría.
“La violencia es un síntoma, no la
enfermedad, la enfermedad se llama neoliberalismo y ha calado hondo”,
escribe la doctora en ciencias sociales Mónica Vargas Aguirre. El desempleo ,
el hambre, la vulnerabilidad ante las enfermedades, el frío por la
ausencia de vivienda y vestido dignos, las puertas cerradas a la
educación, la ciencia y la cultura gangrenan a la sociedad.
El 59 por ciento de la población está en
el empleo informal. También “tenemos 2 millones y medio de mexicanos en
el desempleo abierto, según la perspectiva del Instituto Nacional de
Estadística y Geografía; quien busca empleo y no lo encuentra es
etiquetado como ‘desempleado’, mientras que el que ya se cansó y dejó de
hacerlo no es considerado como tal. Hay 6 millones más en esa segunda
situación”, detalla José Luis Calva, miembro del Sistema Nacional de
Investigadores.
“En consecuencia tenemos un incremento
dramático de la pobreza. México es el único país de América Latina donde
la pobreza ha aumentado”.
El incremento del crimen organizado y la
violencia, según el Banco Mundial, está asociado a tres factores: el
aumento de la pobreza, de la corrupción y de la desigualdad. “De ahí el
desarrollo del crimen organizado y la inseguridad pública”.
Gran parte de la población joven sin
posibilidades de estudiar, trabajar o emigrar, quedan a merced de ser
reclutada por el crimen organizado en cualquiera de sus ramas.
“No sólo las desigualdades son el caldo de cultivo
del crimen organizado, sino que además éste se retroalimenta
continuamente de las desigualdades, buscando mano de obra, nuevos
integrantes o víctimas”, apunta la maestra Alicia Pisabarro Cuervo,
especialista en criminología. Y agrega:
“Cada vez hay más pobres, lo que lleva a
estos ciudadanos a ver el crimen organizado como una salida de la
pobreza, dado que el Estado no les proporciona otras soluciones. Sigue
siendo un Estado débil y con niveles muy altos de corrupción. La
criminalidad es la vía más rápida y eficiente para salir de la pobreza y
tener un medio de vida.”
Para el doctor Guillermo Garduño, otro
hecho social derivado del modelo es el “creciente radicalismo de ciertos
sectores, particularmente en los ilustrados”. Lo cual puede comprobarse
“de manera muy fehaciente, sobre todo en el ámbito educativo, donde las
presiones y las protestas antisistémicas son cada vez mayores, pues los
viejos sistemas de controles ya no tienen valor porque ya no hay nada
que esté planteando la posibilidad de mejoramiento en un futuro
relativamente próximo”.
Las consecuencias del modelo impuesto
trascendieron las muertes por hambre, enfermedades o trabajos en
condiciones inhumanas. Éstas terminan visibilizándose en el
desmembramiento social, en el fuego, la sangre y las muertes en un
contexto de violencia extrema, creando las condiciones para un estallido
general. Tal es el caso de México.
La alternativa
El discurso oficial de los políticos
tecnócratas que han mantenido el modelo neoliberal ha aseverado siempre
que México no tenía alternativa ante las devaluaciones sufridas en la
segunda mitad de la década de 1970 y la profunda crisis de 1982. Que la
única era someterse a los designios del Departamento del Tesoro
estadunidense.
En 2001, Argentina vivió la culminación de un infierno
alimentado durante años por las políticas impuestas por el FMI: la
deuda externa representaba el 157 por ciento del PIB, la tasa de
desempleo rebasaba el 20 por ciento, la pobreza pasó del 24 al 54 por
ciento y la miseria, del 7 al 24 por ciento.
“Aquellas clases medias que se habían
ilusionado con el modelo económico neoliberal de [Carlos] Menem se
vieron con que quienes tenían depósitos bancarios no los podían retirar
porque estaban embargados”, rememora Calva Téllez.
Entonces la bomba estalló:
desahucios, saqueos, protestas reprimidas; violaciones a los derechos
humanos, heridos, muertos. Cinco presidentes pasaron por la Casa Rosada
en 2 semanas.
Finalmente, Eduardo Duhalde dio el primer paso
al suspender los pagos de la deuda externa. Tras unos meses convocó a
elecciones y Néstor Kirchner asumió el gobierno argentino el 25 de mayo
de 2003, con los efectos de la crisis asolando el país.
“¿Qué hace Argentina?”, se pregunta el
catedrático José Luis Calva. “Para empezar, mantuvo una situación
moratoria de la deuda externa. En el discurso de posesión, él [Kirchner]
dice: ‘No podemos seguir pagando deuda externa a costa del hambre y el
sufrimiento de los argentinos. La condición para volver a pagar estriba
en renegociar’”.
La moratoria se mantuvo y el país andino
reanudó los pagos hasta marzo de 2005, una vez que los acreedores
aceptaron quitas en números redondos de 75 por ciento sobre el PIB, el
porcentaje de reducción más alto en la historia económica internacional.
“Argentina acabó pagando poquito menos de 25 centavos de dólar por cada dólar de deuda”.
En la administración de Kirchner, la
salud de la economía dejó de medirse por la estabilidad de los signos de
valor, “es decir, la tasa de inflación y por las ganancias de los
grupos más concentrados de la economía”. Ahora la medida es el empleo,
“el empleo genuino. Y anunció un programa de políticas de cambio
subvaluado. El fin era no dejar sobrevaluar el peso argentino”, uno de
los motivos de la ruina.
Mientras en México el tipo de cambio es utilizado “como ancla
inflacionaria, provocando una sobreevaluación permanente del peso
mexicano –actualmente del 30 por ciento–, Argentina hizo lo contrario:
se abarataron las exportaciones y se encarecieron las importaciones.
Ejecutó Buna política de fomento de actividad productiva y de creación
de empleos mediante obra pública, consiguiendo un superávit en balanza
comercial, porque la planta productiva se convirtió en competitiva”,
explica el doctor en economía por la UNAM.
Además se dio “una reforma fiscal con
real poder contributivo, no sobre los pobres, sin IVA en alimentos ni
medicinas. Así se aumentó en 10 puntos porcentuales el PIB por
contribución real: todo un entorno de una política social para atender
los temas de bienestar”.
Los resultados no tardaron generaciones
en aparecer. En 10 años, los salarios mínimos incrementaron su poder
adquisitivo 320 por ciento y los salarios medios de toda la economía 120
por ciento; la pobreza se redujo de 44.7 puntos porcentuales a 7, y la
miseria de 24 a 1.7. El PIB por habitante creció a una tasa de 6.5 por
ciento anual.
En México, en 1983, la deuda externa representaba el 49 por ciento del PIB, “ni la tercera parte de la argentina”.
¿Qué hizo México en una situación crítica
pero no de la extrema gravedad como la argentina?, cuestiona de nueva
cuenta el investigador, y él mismo responde:
“El gobierno decidió pagar la deuda
externa a costa del hambre y el sufrimiento de los mexicanos. Muchos
intelectuales proponían la moratoria –como la declarada por Argentina 20
años después–, por la corresponsabilidad de los acreedores, el FMI y el
Banco Mundial en los programas de la deuda.”
El BM había recomendado a los países en desarrollo –como México– endeudarse “para reciclar los petrodólares
que se habían acumulado en los bancos de los países desarrollados”. Así
que se estaba pagando una “sobretasa de interés, una prima de riesgo. Y
a pesar de pagar la sobretasa, Miguel de la Madrid decidió seguir
pagando la deuda externa.
“Entonces hubo un incremento tremendo de
la pobreza, de la desnutrición infantil severa. La reducción de consumo
no sólo de carne y de leche, sino también de frijol, fue espantosa.”
A diferencia de Argentina, “México aplicó
toda la receta, todas las recomendaciones del FMI en política
económica. El decálogo de políticas neoliberales”.
El académico también expone el caso de China, cuya economía estaba por debajo de la mexicana antes de periodo neoliberal.
“China hizo exactamente lo contrario a
las medidas neoliberales: trazó fuertes políticas de fomento tanto
industrial como agropecuario.
“Además, no liberalizó su comercio
exterior, lo administró. Aunque desde la década de 1980 creó zonas
francas de libre comercio, apenas en 2004 comenzó una liberalización
paulatina y gradual del comercio exterior.
“La inversión extranjera se subordinó a
los intereses de la industrialización de China. Atrajeron esa inversión a
las áreas prioritarias para el desarrollo y con compromisos de
desempeño: transferencia de tecnología, capacitación de trabajadores,
creciente porcentaje de componentes nacionales, asociaciones con capital
chino. Desde luego, no privatizó las empresas públicas.”
En cambio, explica, en México se
liberalizó la inversión extranjera sin imponer ningún compromiso de
desempeño. Entonces en vez de que esa inversión extranjera llegara a
abrir nuevas industrias, a crear nuevas fuentes de empleo, llegó a
comprar activos nacionales ya existentes.
“Las políticas de fomento desaparecieron y México ha sufrido un proceso de desindustrialización. Se desmexicanizó
la economía, y con el torrente [de inversiones] que ha venido en estos
32 años, la economía no ha crecido: 2.3 por ciento anual contra el 10
por ciento [de China] y los 6.1 durante los años del ‘milagro económico
mexicano’”.
“Hay evidencia de que el modelo
neoliberal, el camino que siguió De la Madrid, no era la única opción
para México. Corea del Sur nos dejó atrás, China nos dejó atrás.
Argentina salió del abismo.
“¿Cuál es la moraleja? La moraleja es que sí hay de otra
en este mundo global. Que la narrativa neoliberal en el sentido de que
no había otra más que aplicar las políticas del Consenso de Washington y
pagar la deuda a costa del hambre y sufrimiento de los mexicanos no era
la única de las opciones.
“Esta estrategia económica ha mostrado
contundentemente su fracaso, que hoy se plasma en forma de una dramática
descomposición social y política de nuestro país. La gran interrogante
es si la sociedad mexicana va a tolerar si se sigue aplicando.”
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