Eduardo Nava Hernández
El 28 de abril de 2012
ya ha entrado al calendario de la Universidad Michoacana como una más de
las fechas negras de su historia. Como el 14 de marzo de 1963 y el 8 de
octubre de 1966, en que las instalaciones universitarias fueron
ocupadas por el Ejército y cientos de universitarios fueron agredidos y
conducidos a prisión.
Recuento sumario del día 28: 1) Las
policías Federal y Estatal (GOE) penetran de madrugada a dos domicilios,
las casas estudiantiles Nicolaita y 2 de Octubre, que son parte
integrante de la UM, usando gases, chorros de agua, balas de goma y
toletes; 2) no había flagrancia, pues en el momento en que algunos
supuestos estudiantes cometieron delitos como la quema de vehículos no
intervino la policía y ésta llegó horas después, cuando los hechos
habían pasado; 3) allanan, puesto que no llevaban órdenes de cateo; 4)
Realizan detenciones masivas sin órdenes de aprehensión, que remiten la
memoria a 1963 y 1966, o a 1968; 5) por varias horas mantienen
incomunicados a los detenidos y sin información a sus familiares y
compañeros, pues seguramente las policías y el MP ni siquiera sabía a
quiénes estaban deteniendo; 6) en la mañana, como a las 11:00 horas, la
policía repite la dosis represiva en la casa Lucio Cabañas, agrede y
golpea con toletes y hasta con bates de beisbol a los estudiantes, y
realiza más detenciones; 7) hay saqueo y robo de pertenencias a los
moradores y destrucción de otras, como colchones, cortinas, ventanas,
etcétera; 8) franqueado por el secretario de Seguridad Pública y el
secretario general de Gobierno, el rector Salvador Jara declara en rueda
de prensa que no hubo violación a la autonomía universitaria, porque
hay quién sabe qué tesis jurisprudencial de la SCJN a propósito del
tema; 9) los medios de comunicación adictos al gobierno desatan una
campaña de linchamiento no contra quienes pudieran haber cometido
delitos, sino contra los albergues estudiantiles en su totalidad y
contra todos sus moradores, campaña que se refleja también en las redes
sociales.
Desde el 17 de marzo los miembros de la Coordinadora
de Universitarios en Lucha habían solicitado al gobierno del estado
recursos para salir a diversos municipios y comunidades a difundir la
convocatoria para el ingreso a la Universidad. Hace algunos años la
institución da por hecho que todos los alumnos de secundaria y
bachilleratos de Michoacán tiene acceso fácil a internet, única vía por
la que hoy se realizan los trámites de registro. La difusión de la
convocatoria no es una tarea que realmente corresponda a la organización
estudiantil; pero aun el secretario de la Universidad, Egberto Bedolla,
reconoció (La Jornada Michoacán, 27 de abril) que anualmente el
gobierno estatal ha venido apoyando en esa tarea a los estudiantes.
El 25 de abril el gobierno dio una respuesta negativa y la CUL decidió
cerrar algunos tramos de la Avenida Madero de Morelia y retener diversos
vehículos del gobierno. Al atardecer del 27, cuando las pláticas se
habían restablecido y había visos de llegar a un acuerdo, dos de esas
unidades fueron incendiadas por personas aún no identificadas, sin que
la policía o los bomberos hicieran acto de presencia. La acción de la
madrugada del 28, preparada en frío y como acción punitiva, no
preventiva, no se dirigió a los responsables del incendio sino a los
estudiantes habitantes de las casas en general.
En su inmensa
torpeza (o inmensa debilidad, o ambas) el rector Jara no alcanza a
percibir el alcance de su exculpación a las fuerzas del orden y viene a
pretender justificar hechos que la historia ya ha juzgado. Las
ocupaciones militares de 1963 y 1966 desembocaron, ambas, en la
imposición a la Universidad de nuevos marcos legales y la deposición de
los rectores, Elí de Gortari y Nicanor Gómez Reyes, respectivamente.
Conforme a la nueva tesis jariana, aquellas invasiones militares no
fueron tampoco atentatorias a la autonomía universitaria. Jara viene
también a pretender desmentir al rector de la UNAM, Javier Barros
Sierra, que el 31 de julio de 1968 convocó a un mitin contra la
intervención en edificios de la institución y categórico afirmó: “Varios
planteles de la Universidad Nacional Autónoma de México han sido
ocupados por el Ejército. Durante casi 40 años la autonomía de nuestra
institución no se había visto tan seriamente amenazada como ahora... Hoy
más que nunca es necesario mantener una enérgica prudencia y fortalecer
la unidad de los universitarios. Dentro de la ley, está el instrumento
para hacer efectiva nuestra protesta. Hagámosla sin ceder a la
provocación".
El tema en cuestión no es de autonomía
universitaria, aunque ésta esté desde luego implicada como un marco
general. Se trata, sí, de graves violaciones a los derechos humanos y
sus garantías, específicamente al artículo 16 de la Constitución de la
República, por cuya violación deberían salir inmediatamente todos los
estudiantes detenidos sin que mediara flagrancia, órdenes de cateo o de
aprehensión, averiguaciones previas ni denuncia específica en su contra,
y de los cuales trece han sido ya consignados a los jueces.
Si
hay delitos qué perseguir, en este caso el incendio en la vía pública de
dos vehículos del gobierno del estado, ello no autoriza en ningún
sentido al gobierno mismo a violentar las garantías individuales para
perseguirlos. Mucho menos a realizar redadas nocturnas o asaltos contra
instalaciones universitarias. Ni a la opinión pública a satanizar a los
estudiantes que habitan los albergues universitarios, pobres todos ellos
de condición y sujetos a la reglamentación universitaria.
Pero
lo más riesgoso para la sociedad como conjunto, además de la ruptura de
la legalidad por el Estado, es la justificación que éste esgrime y que
una parte no despreciable de aquélla asume. No hay gobernante, lo
sabemos, que no haya invocado la legalidad y el orden para legitimar sus
acciones represivas; en este caso, empero, el gobernador Fausto Vallejo
encabeza el linchamiento al señalar, cual sheriff de Arizona, que
muchos de los moradores de las casas provienen de otras entidades y
“quitan oportunidades” de estudiar a los michoacanos. Más temerariamente
aún, ha señalado, sin aportar pruebas, que un grupo guerrillero está
detrás de las acciones estudiantiles. Una parte de la opinión pública,
difícil de cuantificar pero sin duda considerable, participa aplaudiendo
las violaciones del Estado y postrándose ante el látigo que puede
después volverse contra ella. Un acontecimiento de represión como éste
nos permite apreciar en blanco y negro -después de dos décadas de
existencia de las comisiones de Derechos Humanos y muchos más años de
trabajo de organismos de defensores varios- las escasa y lábil cultura
de respeto a la legalidad y garantías, y ver a trasluz, como en la
clásica película de Ingmar Bergman, cómo dentro del huevo de la
serpiente crece dentro de la sociedad el monstruo del autoritarismo que
históricamente convalidó al nazismo y a otras dictaduras con sus
crímenes. Hoy, liberar a los estudiantes nicolaitas ilegalmente
aprehendidos y consignados, y a los que se arrancaron declaraciones
mediante tortura y en ausencia de defensores es el primer paso, apenas
el primero de lo mucho que en materia de una cultura de apego a la
legalidad y respeto a esos derechos falta por hacer.
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