30.4.13

Maestros, prensa y poder punitivo

Carlos Fazio
 
Cual policías del pensamiento único disciplinador y domesticador, la jauría informativista de los medios corporativos privados está desatada. Con fruición desbordada clama por la mano dura y el garrote. Como tantas veces antes, engolados comunicadores, histriónicos campeones de la trivialidad, histéricos del rating, bombardean a la población con estereotipos, eslóganes y clichés maniqueos. Invocan el estado de derecho; la ley y el orden, y piden cárcel contra quienes protestan contra una reforma educativa autoritaria, producto de un acuerdo cupular de la partidocracia, ideado para mantener la violencia estructural, generada desde arriba.

Subsumido en las campañas de intoxicación propagandística, aflora el manido repertorio de odio clasista de quienes sirven a los que mandan. Al cacerolismo mediático y el linchamiento exponencial de maestros normalistas y jóvenes universitarios, se suma la llamada a la violencia represiva del Estado contra los vándalos, las hordas, la turba, los conspiradores enmascarados y el salvajismo del otro, el disidente, el que se resiste a ser amaestrado y no renuncia al pensamiento crítico liberador. Presionan para que reaparezca el rostro colérico diazordacista del muñeco telegénico de Televisa y los poderes fácticos, Enrique Peña, el que mostró con los asesinatos y las violaciones sexuales tumultuarias de Atenco, y la represión-escarmiento inaugural de su mandato, el 1º de diciembre de 2012 en la ciudad de México.

En la coyuntura, los amanuenses del sistema han erigido a maestros y estudiantes disidentes en el nuevo enemigo interno. Un enemigo a destruir, a aniquilar. La vieja educación humanista y con alto contenido social en un país de pobres y analfabetos no corresponde a las nuevas necesidades de la dominación capitalista. Por eso, un objetivo clave de la contrarreforma educativa de Peña es acabar con el papel histórico de los maestros en las luchas sociales.

Encubriendo las causas que generaron el actual conflicto ideológico en el sector educativo nacional, los medios presentan una caricatura de la realidad. Manipulan, distorsionan, simulan. Los cultores del ditirambo del poder amplifican el discurso esquizoide del gobierno y arremeten contra los mentores y estudiantes de la enseñanza básica y superior, que han salido a las calles a protestar contra la imposición de una contrarreforma educativa elitista y excluyente, que busca fabricar jóvenes eficientes y conformistas para el mercado total; que luchan contra la mercantilización de la enseñanza pública, básica y superior; contra la universidad-empresa, el capitalismo académico, la educación electrónica y el sindicalismo charro corrupto y corruptor.

Junto a la estigmatización del otro a doblegar, la ideología despolitizadora de la comunicación total reproduce matrices de opinión que refuerzan los intereses corporativos. Entrenada para divulgar una realidad virtual, ahistórica y sin memoria, la prensa mercenaria condiciona y modela a sus audiencias, arreglando sus noticias y comentarios editoriales conforme a criterios políticos facciosos que no cumplen con los estándares mínimos, éticos y legales que garanticen un buen equilibrio entre la libertad de expresión y el derecho a la información.

El presentador vedette, el hombre-ancla, el editorialista patriotero de la prensa escrita, radial y televisiva repite a coro las palabritas de importación de moda, vía la OCDE: hay que examinar y evaluar a los maestros. Algunos, los más ilustrados −hay muchos payasos y chimpancés en la prensa nativa−, saben que los exámenes y la evaluación no son simples procedimientos técnicos y, sobre todo, que no son neutrales. Saben que se usan para impulsar un modelo determinado de educación. Pero, demagógicamente, engañan a sus auditorios: para eso les pagan sus anunciantes y patrocinadores.

Por un carril paralelo, la manufacturación de un enemigo interno (hoy los maestros y estudiantes disidentes) tiene que ver con la construcción social del miedo. El Estado decide quién es el enemigo, y al ser ubicado como tal un individuo es colocado fuera de la ley. Al negársele al enemigo la calidad de hombre o mujer, de persona, se transforma en algo más bien parecido a un monstruo o una bestia. Un ser limítrofe. Una vida desnuda (Agamben) que se encuentra fuera de la ley y de la humanidad, y con la cual no hay acuerdo posible, al que se debe derrotar incluso mediante la coacción física y la tortura y/o eliminar. Una vida de la que se puede disponer libremente al punto de que se le puede dar muerte sin que sea necesario cumplir con los procedimientos legales instituidos y sin que ello constituya un homicidio. Ocurrió durante la pasada guerra de Felipe Calderón y está en fase de calentamiento en el arranque del peñismo, el nuevo PRI y los pactistas paleros.

Como dice el penalista Raúl E. Zaffaroni, el enemigo es una construcción tendencialmente estructural del discurso legitimante del poder punitivo. Sólo que la noción de enemigo no se limita a la imagen extrema encarnada por el disidente de turno, sino que abarca a amplios sectores de la población que no optan por jugar en los opuestos y se mantienen pasivos. Las contrarreformas estructurales del gran capital (las impuestas y las que vienen), tienen una fase represiva paralela dirigida contra todo tipo de resistencia a los valores promovidos oficialmente o a aquellos considerados normales, lo que de manera automática ubica en el campo de la disidencia al que protesta, pero que también abarca al que no se mete, al espectador neutral, conformista, alienado, y que tarde o temprano, a través de las formas encubiertas de la guerra sicológica en curso, también terminará siendo blanco de la acción punitiva del Estado. La lógica del poder es implacable: se basa en un razonamiento de suma cero, según el cual lo que beneficia al enemigo, erosiona o destruye al régimen de dominación clasista.

18.4.13

La invasión yanqui de Veracruz el 21 de abril de 1914 y la defensa popular de la soberanía nacional

Se cumplen 99 años de una gesta heroica 
Gilberto López y Rivas 
Al bravo pueblo de la República Bolivariana de Venezuela, en estas horas de prueba


El 21 de abril se conmemorará el 99 aniversario de la defensa popular contra la ocupación estadounidense del puerto de Veracruz. Una vez más el pueblo veracruzano protagonizó una de las páginas más heroicas de la resistencia de los mexicanos frente al intervencionismo de Estados Unidos.


Como ocurrió en la ciudad de México el 14 de septiembre de 1847 en ocasión de la entrada de la soldadesca estadounidense, el ejército regular abandonó el puerto sin presentar combate al invasor, y fue el pueblo que de manera espontánea y sin un plan preciso de defensa, se lanza a las calles, levanta parapetos improvisados, se posesiona de las esquinas, de las azoteas, de los balcones y los campanarios, y con escasos pertrechos y unas pocas armas, se dispone con su lucha perdida de antemano, a defender la soberanía y la dignidad nacionales.
 
El combate que se libra no podría ser más desigual. Estados Unidos, protegiendo sus vastos intereses económicos en nuestro país (petróleo, minas, tierras, ferrocarriles, etcétera) y pretendiendo erigirse en el árbitro supremo del conflicto revolucionario mexicano en marcha (Ver: Friedrich Katz, La guerra secreta en México, t. I, México Ediciones ERA, 1982), fondea frente al puerto de Veracruz, 44 barcos de guerra, tres buque hospitales y varias unidades más de aprovisionamiento, iniciándose el desembarco, que en cuatro días llega a situar en el terreno a más de siete mil hombres. La fuerza expedicionaria contaba con los medios de guerra más modernos de la época: rifles de repetición Lee, ametralladoras Gattling y Colt, artillería de grueso calibre, ilimitado suministro de municiones y pertrechos bélicos y, además, el apoyo artillero de la flota anclada en la bahía.

Con anterioridad al desembarco, los agentes estadounidenses habían logrado neutralizar la posible participación en la defensa del puerto del Ejército Federal Mexicano, al mando del general Gustavo A. Maass, de las tropas de Victoriano Huerta, quien dio golpe de Estado al presidente Madero, conminándolo a no resistir y a dejar la plaza. Efectivamente, en las primeras horas del 21 de abril, Maass se retira del puerto, rumbo a Tejería, abandonando a la población a su suerte y llevándose el grueso de sus tropas, la mayoría de las armas pesadas y ligeras, con su dotación de municiones, llegando incluso a olvidar en su precipitada huida, la bandera del batallón que comandaba, su espada y sus condecoraciones.

Al igual que en 1847, el pueblo inerme se vio de pronto enfrentado a un hecho consumado: la cuarta invasión extranjera en menos de un siglo, sin más medios de defensa que su profunda indignación y su decisión de resistir.

Ante la evacuación de la plaza por parte del Ejército Federal y subestimando la capacidad de respuesta de nuestro pueblo, los yanquis ocuparon confiados posiciones estratégicas cercanas al muelle. En los planes estadounidenses no esperaban encontrar resistencia en la toma del puerto. El poderío de la flota naval y la visible demostración de fuerza expresada en el desembarco masivo, hacía difícil suponer un ataque contra las fuerzas invasoras.

No obstante, el estupor inicial y la vergüenza del pueblo veracruzano al propagarse la noticia del desembarco, se desvanecen al escucharse los primeros disparos aislados: un solitario y modesto policía municipal, Aurelio Monfort, descarga airado su pistola frente a un nutrido contingente de marines, siendo inmediatamente acribillado por el fuego cruzado de la fusilería enemiga.

El pueblo reclama armas con exasperación, peleando incluso por las pocas que habían sido dejadas por el ejército. Otros se arman con algunos rifles y pistolas ofrecidas por algunos comerciantes. Algunos patriotas esperan turno, en medio del combate, para recoger las armas de los caídos: se registra un caso en el que ocho voluntarios civiles combaten con un solo rifle por horas.

Grupos de voluntarios civiles y algunos militares patriotas al mando del coronel Manuel Contreras, se distribuyen en grupos pequeños por los edificios y las esquinas de la ciudad sitiada.

En la Escuela Naval, los alumnos se apresuran a la lucha bajo el mando del Comodoro Manuel Azueta, siendo la única unidad militar organizada que resiste a los invasores.

El tiroteo se generaliza. La Escuela Naval y varios edificios de la ciudad reciben el impacto del bombardeo proveniente de los cruceros y destructores, mientras los marines, que despertaron la admiración del escritor Jack London, corresponsal del semanario Collier’s, barren las calles con balas expansivas dumdum, prohibidas por las regulaciones internacionales de la guerra en esa época.

No obstante la desigualdad entre las fuerzas contendientes, el pueblo resiste con denuedo más de 24 horas; todavía en la tarde del 22 se escuchan esporádicos tiroteos. Se dan actos de gran heroicidad en la lucha, como el de José Azueta, exalumno de la Escuela Naval, hijo del Comodoro, y teniente de artillería, quien empuña al descubierto una ametralladora para lograr mayor efectividad en sus disparos, hasta que cae gravemente herido; cuando los estadounidenses le ofrecen ayuda médica, Azueta la rechaza y les responde: “de los invasores, no quiero ni la vida”.

De entre el pueblo se distinguen en las escaramuzas armadas artesanos, empleados, albañiles, comerciantes humildes, hombres y algunas mujeres que van dejando sus vidas en los puntos de mayor resistencia: Andrés Montes, modesto ebanista, combate todo el día a los invasores. Por la tarde del 21, pasa a su casa a dejar algunas provisiones; antes de regresar a la lucha escribe una carta a su hijo menor: “Hijo mío, si algún día vuelve a repetirse esto que esta pasando ahora, defiende a tú patria como lo estoy haciendo yo. Tu padre”. Ante los ruegos de su esposa para que no saliera más de su casa, Andrés Molina exclamó: “ahorita no tengo madre, ni esposa ni hijos. Sólo veo que tengo una patria muy linda y tengo que defenderla de la infamia yanqui” (María Luisa Melo de Remes. Veracruz Mártir. La infamia de Woodrow Wilson, 1914. México: Edición de la autora, 1966). Este héroe del pueblo cayó a las ocho de la noche de ese día, con el estómago perforado por una bala expansiva en la esquina de las calles de Arista e Independencia.

Niños y mujeres se dedican a cooperar en la defensa e incluso participan en la lucha contra el invasor. Se recuerda en el imaginario popular a América, quien recibe a los yanquis a tiros al aproximarse a la zona de tolerancia del puerto. Sectores importante de la colonia española ofrecen resistencia a los invasores, registrándose muertes y heridos entre los mismos.

Al finalizar el día 22, la resistencia termina con un saldo de centenares de muertos por parte del pueblo veracruzano. La soldadesca invasora hace piras con los cadáveres de los patriotas y los queman sin respeto alguno. Muchos combatientes son hechos prisioneros y retenidos en las cárceles durante la ocupación. Centenares de heridos fueron atendidos por un grupo de médicos y estudiantes de medicina voluntarios que demostraron su repudio a los invasores cumpliendo abnegadamente este trabajo.

La mayor parte de los muertos y heridos eran pueblo. Los grupos militares que combatieron, la Escuela Naval y algunos soldados y oficiales del 19 batallón de infantería, resistieron hasta las 7.30 de la noche del día 21. De ellos murieron José Azueta, Virgilio Uribe, Jorge Alacío Pérez, Benjamín Gutiérrez, de los que se registran. No obstante, la mayoría de los aproximadamente 500 muertos en acción, se debió a los bombardeos (los cuales London aplaude por su precisión) y la represión yanqui indiscriminada. Fueron héroes anónimos sin lapidas ni monumentos que honren su memoria. Es más, varias de las placas que recordaban a las víctimas de la intervención yanqui en el muelle y en otros lugares del puerto, fueron destruidas por autores municipales en un esfuerzo continuo de negar al pueblo su lugar en la historia: borrar todo aquello que fortalezca el espíritu antimperialista de los mexicanos. En las ceremonias oficiales que año con año se realizan en el puerto, y que encabezará este domingo el presidente entreguista y colaboracionista Enrique Peña Nieto, se exalta la figura de los militares que combatieron a un enemigo en abstracto, que ya no se menciona, como no se menciona la extraordinaria épica ciudadana.

La resistencia del pueblo no terminó en la lucha denodada de los días 21 y 22 de ese abril. Testimonios de sobrevivientes que tuve oportunidad de recoger hace una décadas, dan cuenta de numerosos atentados contra las tropas yanquis durante la ocupación. Se impuso la ley marcial y los porteños fueron obligados a dormir con los balcones y las puertas abiertas, debiendo permanecer las luces encendidas durante la noche.

La lucha por la soberanía, a la cual han renunciado los actuales gobernantes, se dejo sentir de otras formas. Sectores importantes de la población no se plegaron a las amenazas y los ordenamientos del gobierno militar impuesto por los invasores. Entre ellos hay que destacar el papel desempeñado por el magisterio del puerto, el cual en mayoría se negó a servir al invasor, organizando un sistema paralelo al llamado departamento educativo de los estadounidenses, a pesar de la represión y los ofrecimientos económicos de las autoridades de ocupación. Aquí destaca Delfino Valenzuela y Elena V. del Toro, claros exponentes del patriotismo del magisterio veracruzano. Se dieron casos individuales de patriotismo anónimo. El guarda faros de la isla de Lobos, cercana al puerto, fue conminado a trabajar para los yanquis, a los que respondió: no señor, yo no les trabajo a ustedes, yo no traiciono a mi patria, ni les a trabajar por ningún dinero que me den o aunque me tengan preso todo el tiempo que quieran” (entrevista mía a Josefa Syvain).

En contraste con esta actitud valiente y digna, empleados municipales y de aduana, comerciantes y algunas familias de la burguesía porteña, colaboraron activamente con el enemigo, recibiendo el repudio y el desprecio abierto de la mayoría de la población veracruzana.

Los entierros de José Azueta y del capitán Benjamín Gutiérrez, el 11 y el 23 de mayo, respectivamente, se trasformaron en desafiantes manifestaciones de protesta por la ocupación extranjera: miles de ciudadanos siguieron los cortejos fúnebres por las principales calles de la ciudad. (Andrea Martínez. La intervención norteamericana a Veracruz, 1914, SEP, México, 1982.) Bajo la autoridad militar yanqui, el pueblo expresaba de manera clara su conciencia nacional, refutando con los hechos la falsedad de las apreciaciones de Jack London, quien en mayo de 1914 escribió con entusiasmo en el Collier’s: “Verdaderamente, los veracruzanos recordarán largamente haber sido conquistados por los americanos (sic) y rogarán por el día bendito en que los americanos (sic) los conquisten otra vez. A ellos no les importaría ser conquistados para siempre”. Collier’s, volumen 53, núm. 11, mayo 30, 1914)

Seis largos meses duró la ocupación del puerto. Por fin, el 24 de noviembre de 1914, las tropas constitucionalistas entran a Veracruz, mientras simultáneamente los invasores yanquis se embarcaban en el muelle. Así terminaba una más de las intervenciones de Estados Unidos a nuestro país; no sería la última.

15.4.13

La contrarreforma educativa, la ley y el orden

Carlos Fazio
 
 
Todos los sistemas proclaman representar la voluntad del pueblo, del soberano. Pero hay dictaduras semánticas, gobiernos autoritarios y no-democracias que llegan al poder mediante la violencia, la manipulación mediática y/o el fraude, y esgrimen una retórica avasalladora con eje en la Constitución y el estado de derecho.

Es común que en las fases de crisis hegemónica, de inestabilidad estructural e institucional, la clase dominante siempre recurra al orden para garantizar el mantenimiento de las condiciones de reproducción del modo de producción capitalista. Algunas veces, los amos del poder apelan a gobiernos castrenses bajo cualquiera de sus formas históricas: bonapartismo, dictadura militar, fascismo. Otras, la oligarquía asume directamente el poder; pone al mando a uno de los suyos. Algunas más, como ha venido ocurriendo bajo los gobiernos subordinados al Consenso de Washington neoliberal, fabrica administradores para que defiendan sus intereses. Verbigracia, los cuatro últimos mandatarios mexicanos.

En todas las épocas y en todas las latitudes, la reacción ha apostado siempre al analfabetismo, a la ignorancia, a las tinieblas. La actual administración priísta no es la excepción. Está convencida de que cuanto menor sea el nivel cultural de las clases populares, menos incentivos hallarán éstas para las luchas reivindicativas, para la rebeldía y la protesta.

En la actual coyuntura, lo que ocurre en Guerrero con las marchas multitudinarias de los maestros −y también en Oaxaca, Chiapas, Morelos y el DF− viene a demostrar que una contrarreforma educativa exógena (ya que responde a directivas económicas de la OCDE), impuesta de manera no democrática por un acuerdo cupular carente de representación y sin discusión parlamentaria, y vendida mediáticamente como la panacea para mejorar la calidad de la enseñanza −pero que rompe con la filosofía humanista e igualitaria del artículo tercero constitucional−, está destinada a generar desobediencia civil y resistencias en defensa de la educación pública. Máxime, cuando se trata de una contrarreforma laboral aplicada al sector educativo, ya que está dirigida a cambiar de manera drástica e inconsulta las condiciones de trabajo de los maestros.

Ante tal situación, la disyuntiva del régimen es negociar o reprimir. El je­fe del Ejecutivo, Enrique Peña, ha dicho que su iniciativa no se negocia; que asume los costos del uso de la fuerza contra el magisterio disidente y que en su contrarreforma educativa no hay marcha atrás. Su secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio, advirtió a quienes calificó de minoría de detractores que todo tiene un límite. Ergo, amenazó con el uso de la violencia punitiva estatal. En otro asomo de autoritarismo, el comisionado de Seguridad Pública, Manuel Mondragón, dijo que no iba a tolerar más bloqueos en la Autopista del Sol.

Y el secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet, insistió en que se de­be sancionar económicamente a los mentores que realicen protestas callejeras, paros de labores y otras formas de inconformidad. Por su parte, dirigentes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) señalaron que el gobierno intenta administrar el conflicto y que los actos de represión no detendrán las movilizaciones.

El conflicto está entrampado. Otra batalla asimétrica se libra en los medios de difusión masiva bajo control corporativo privado. Maniqueo el discurso, mediante campañas de intoxicación propagandística, los comunicadores de algunos multimedia se han puesto a defender los intereses de sus propietarios y de la plutocracia; del poder real, pues. Incapaces para el análisis, histéricos, inquisidores, y despreciando los más limpios valores y principios deontológicos del periodismo, actúan como policías del pensamiento. Como repetidores de la verdad oficial, invocan la razón de Estado, y mientras calumnian, estigmatizan y animalizan a los maestros exigen mano dura; la aplicación del garrote y cárcel para los vándalos, revoltosos y vociferantes. En sus noticiarios repiten ad náuseam −diría Carlos Monsiváis− imágenes verbalizadas y editorializadas (como los enfrentamientos en la Autopista del Sol entre los federales de Mondragón y miembros de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero), con la intención encubierta de generar un clima de linchamiento y asfixia progresiva contra los educadores, a quienes señalan como culpables de la catástrofe educativa nacional. Buscan convertir un problema social en asunto penal.

En la era de la cultura global y la tiranía de la comunicación, la estandarización y la repetición de la mentira que se hace verdad −fórmula consustancial a todo Estado autoritario− busca que el receptor interiorice de manera subconsciente el glosario del poder. En general, el telespectador no se da cuenta y acepta de manera pasiva las categorías del régimen. Como dice Noam Chomsky, la propaganda, a través de la manipulación del lenguaje, desarma a la gente y la inhibe en su capacidad de ejercer la crítica. Así, nada parece importante, y eso desarrolla el conformismo y la indiferencia y estimula el escepticismo. La dictadura de la televisión no deja que nadie se forme una opinión propia; para que todos asuman como opinión propia y reproduzcan con convicción el producto doctrinario de los media, que se convierte así en la opinión pública homosintonizada, única y omniexcluyente. Se trata de evitar que se reflexione sobre lo esencial a partir de la información.

Como en otros pasajes de la historia mexicana reciente, la resistencia magisterial a la contrarreforma educativa de Peña y la OCDE exhibe la verdadera cara de los medios masivos y sus asalariados. El rostro de la indignidad intelectual, el del odio a la inteligencia, a la información, al libre examen, a la educación y la cultura populares. Y es un reflejo del verdadero rostro del sistema de dominación clasista.

10.4.13

‘Big Brother’ en el DF: vigilancia con estrategias militares

Mathieu Tourliere

Sin embargo, ni en Inglaterra, que cuenta con una cámara por cada 14 habitantes ni ningún estudio internacional han comprobado que las cámaras de vigilancia reduzcan el crimen, subrayó Nelson Arteaga, profesor e investigador de la Facultad Latino-Americana de Ciencias Sociales (Flacso) en la conferencia “Cámaras de vigilancia e inseguridad en México”.

El sociólogo expuso que desde la década de los 90, la sensación de inseguridad se incrementó en México. Añadió que esta percepción generó, a su vez, expresiones de “pánico moral” –un sentimiento de que la sociedad está a punto de destruirse–, y marcó el florecimiento del negocio de la seguridad privada y de las políticas de vigilancia aplicadas bajo el lema de “cero tolerancia”.

En el 2008, dijo, la Plataforma México incentivó el uso de tecnología de vanguardia para espiar las correspondencias electrónicas y las conversaciones telefónicas. Además, añadió que el gobierno federal invirtió más de 400 millones de dólares para adquirir sistemas de rastreos de Internet y software que permiten dirigir computadoras a distancia y descifrar contraseñas.

El académico calificó de “urbanismo militar” las políticas de vigilancia y de seguridad que lleva a cabo el Gobierno del Distrito Federal, es decir, explicó, que considera el entorno urbano como un entorno de guerra.

En entrevista con Apro, Nelson Arteaga sostiene que las autoridades capitalinas adoptan las mismas técnicas, materiales y estrategias que los militares para controlar la ciudad. La lógica de cuadrantes y de geolocalización del territorio, por ejemplo, dice, permiten ubicar “puntos rojos” o “zonas peligrosas”.

“La mayoría de los sistemas de vigilancia provienen de la industria militar, y muchas de estas tecnologías aplicadas al entorno urbano han sido exportadas de Irak y de Afganistán. Imitan los métodos con los cuales los estadunidenses controlaban la ciudad de Bagdad”, subrayó.

Durante su conferencia, Arteaga enfatizó que son múltiples las técnicas de vigilancia: celulares, tarjetas de crédito, redes sociales e Internet en general –quizás lo más vigilado que existe, precisó– y videocámaras, entre otros sistemas.

A través de sofisticados métodos, las autoridades gubernamentales pueden identificarnos, monitorear lo que estamos haciendo y clasificarnos mediante el establecimiento de perfiles y sectores de población. Estas técnicas, explica, se podrán ampliar por el reconocimiento del iris o la detección del flujo sanguineo en el futuro.

Sin embargo, según los datos del sociólogo, tan sólo 4% de los mexicanos está familiarizado con los sistemas biométricos de vigilancia, como el reconocimiento facial de las cámaras, mientras el 24% de los estadunidenses y 29% de los canadienses están conscientes de esto. Por lo contrario, y mientras no se haya comprobado la reducción del número de crímenes con las cámaras de seguridad, 81% de los mexicanos confían en que éstas abatirán la inseguridad, contra 65% de los franceses, en su país.

El experto culpó a los medios de comunicación por divulgar el mito, según cual las cámaras son eficientes al construir una “narrativa de la vigilancia”.

Las televisoras, indica, propagan fragmentos de videos extraídos de cámaras de seguridad en búsqueda de imágenes fuertes. “La violencia vende”, lamenta.

Al difundirlas, dice, mantienen la sensación de inseguridad, pero al mismo tiempo fortalecen la idea que las cámaras generan seguridad en un círculo que se autoalimenta.

Hoy días muchos pueden ver en tiempo real a dos personas que cometen un delito y están detenidas. “Lo vemos como un éxito”, comentó. Sin embargo, según él, sería inútil poner una persona detrás de cada cámara porque “pueden pasar meses o años sin que pase nada”.

Las cámaras tienen entonces, refiere, otro uso: “Cuando los de clase media y alta ven una cámara de videovigilancia se sienten más seguros. A diferencia de otros países, los mexicanos sienten que la seguridad y la vigilancia no son derechos, sino propiedades que se obtienen con los ingresos. Entre más vigilancia tienen en su zona de trabajo y donde viven, paradójicamente tienen más privacidad. En otros países es un atentado a la privacidad”, destacó el investigador.

La instalación de videocámaras en la Ciudad de México, cuenta, concretizó una propuesta de Rudolf Giuliani, el entonces alcalde de Nueva York, para “rescatar el Centro Histórico”. La consecuencia directa del nuevo sistema de vigilancia fue el desplazamiento de esta zona de sectores “no deseados” de población –de bajos ingresos–, a los cuales sustituyó una clase media. Después, agregó, se exportó hacia el sistema de transporte de la ciudad.

Según datos proporcionados por el investigador, 68% de las cámaras de seguridad en la Ciudad de México tienen como objetivo “prevenir, inhibir, combatir conductas ilícitas, así como garantizar el orden y la tranquilidad la población”; 30% gestionar el flujo del tráfico del Metro y 2% rodean las avenidas principales de la ciudad. Asimismo, el 22% de las cámaras se encuentran en las delegaciones Cuauhtémoc y Benito Juárez mientras el 28% están en Iztapalapa y Gustavo A. Madero.

Industria millonaria

Arteaga ve la vigilancia como una herramienta. Puede ser útil para la democracia cuando se usa para incentivar políticas públicas y generar igualdades.

No obstante, sostiene que puede ser abusiva cuando unos la manipulan para clasificar a ciertos grupos sociales según esquemas de segregación urbana, o para detectar líderes de movimientos sociales, un método común en México, apuntó.

“La vigilancia permite, por una parte, el control y, por el otro, el cuidado de la población. El punto es ¿hasta qué punto una sociedad o un Estado se inclina hacia uno otro lado de la balanza?”, preguntó. Para ilustrar sus dichos, compartió un estudio que realizó sobre la implantación de cámaras de vigilancia en las entradas y salidas de Interlomas, en el municipio de Huixquilucan, una de las zonas más exclusivas del área metropolitana. Notó que las autoridades invitaron a los alumnos de secundaria de las escuelas de las afueras de Interlomas –populares– a admirar cómo protegían la zona para que no se arriesgaran a cometer robos.

“La advertencia era ‘cuídense, pórtense bien porque los estamos vigilando’”, subrayó el investigador.

Al contrario, recibieron a los habitantes de la zona con otro discurso. Les aseguraron que los estaban cuidando y que, “pese a que la cámaras puedan ver lo que está sucediendo en sus edificios, nuestra ética nos prohíbe espiar lo que hacen a través de las ventanas”.

La industria de la vigilancia, recordó, genera millones de dólares. Es “una industria militar en el propio sentido”. El Gobierno del Distrito Federal contrató a empresas privadas para la instalación de las cámaras de seguridad, y formó a aproximadamente 500 vigilantes informó Arteaga.

Según las cifras que proporciona la Secretaría de Seguridad Pública en el informe de la cuenta pública 2011 del Gobierno del Distrito Federal, el presupuesto para el sistema de videovigilancia de la Ciudad de México en este año alcanzaba 105 millones de pesos, mientras 8 mil 520 empresas de seguridad privada permisionarias realizaron trámite para operar en la capital.

El investigador exhortó a la ciudadanía a apropiarse el debate. Apuntó, particularmente, los riesgos que representa el uso arbitrario de los datos por las entidades públicas y privadas de seguridad, y sobre todo sus efectos en la segregación social de los espacios urbanos. Contó que en centros comerciales, cuando entra una persona que no parezca un consumidor habitual del lugar, de inmediato atrae las cámaras y los vigilantes piden a los guardias ponerle atención a este “consumidor falso” como lo llaman.

Existen resistencias a la vigilancia por algunos sectores y en algunos lugares –como las escuelas– explicó. Esas resistencias ilustran posibles tensiones en el futuro. Al no invertirse hoy en el tema de la vigilancia y del control del espacio urbano, quizá algún día será demasiado tarde para la sociedad civil revertir el proceso. ¿Qué tipo de ciudadanía se construye en un entorno considerado conflictivo?, preguntó Arteaga. Es tiempo de decidir qué tipo de ciudad debe ser la Ciudad de México.