19.1.15

El arriba nervioso y el abajo que se mueve

Carlos Fazio
 
La situación en México es grave, muy grave. La novedad es que podría ponerse peor. El discurso público de los hombres fuertes del gabinete de seguridad nacional se ha endurecido, aunque comienzan a aparecer contradicciones en su seno. La decisión del gobierno federal de abrir al escrutinio público las instalaciones del 27 batallón de infantería del Ejército en Iguala ha generado animosidad en altos mandos castrenses y se manifiesta ya con mensajes no tan cifrados en los medios.

El 8 de enero, estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa tomaron una estación de radio en Chilpancingo y exigieron al gobierno de Enrique Peña Nieto se les permita entrar en instalaciones militares para buscar en vida a sus 42 compañeros detenidos-desaparecidos la noche del 26/27 de septiembre de 2014. Insistieron en que la Policía Federal y el Ejército son corresponsables o tuvieron algún tipo de participación en los hechos de Iguala. El lunes 12 la protesta social se exacerbó y derivó en un zafarrancho entre elementos de las policías militar y estatal con padres de familia y normalistas dentro de la base del batallón 27. El enfrentamiento dobló a las autoridades y, en un hecho inédito, el martes 13 la Secretaría de Gobernación anunció que el gobierno accedía a abrir los cuarteles, e invitó a la Comisión Nacional de Derechos Humanos a recorrer las instalaciones del polémico batallón.

Desde octubre pasado autoridades federales han intentado reducir el caso a los límites de Iguala y Cocula, y a la presunta colusión entre el ex alcalde José Luis Abarca y policías de ambos municipios con un grupo de la economía criminal. Esa ha sido la única línea de investigación del procurador Jesús Murillo Karam, quien se cansó pronto de las pesquisas y prácticamente decidió cerrar el caso con base en la teoría de la incineración: los muchachos fueron reducidos a cenizas, dijo. Ergo, están muertos y existen pocas posibilidades de que un laboratorio austriaco obtenga evidencias de las muestras de ADN (sin cuerpos no hay pruebas y sin pruebas no hay delito). Y váyanse con su música a otra parte, fue el mensaje institucional. Supérenlo ya, dijo Peña Nieto.

Pero el tesón en la búsqueda de las madres, los padres y los normalistas no cejó, y junto con sus abogados han insistido desde diciembre último en que se abra otra línea de investigación. Arguyen que en la indagatoria y el expediente hay elementos que señalan la participación de militares y miembros de la Policía Federal (PF) en los hechos. Existen indicios de que soldados del 27 batallón de infantería, con apoyo de elementos de la PF, acordonaron el área la noche del 26 de septiembre; que realizaron una operación de escudo y contención en las tres salidas de Iguala y rastrillaron la ciudad. Hay pruebas de que hostigaron y desalojaron a normalistas de un hospital privado. Después, ante la magnitud de los hechos y la visibilidad que cobraron, la operación se les salió de control.

Según Osorio Chong, esos señalamientos carecen de sustento y obedecen a afanes provocadores. Pero como se­ñaló Vidulfo Rosales, del Centro Tla­chi­nollan, no corresponde a las autoridades políticas exonerar (a los militares); los encargados de establecer si hay o no elementos para una consignación o para fincar responsabilidades deben ser un juez y el Ministerio Público. Como en el caso Tlatlaya, en el de Iguala la estrategia del gobierno de Peña Nieto ha sido encubrir a agentes del Estado; en particular, del Ejército y la Policía Federal. Ahora como entonces, Murillo Karam y Osorio Chong descalifican, tergiversan, ocultan, exoneran por adelantado y sin investigación de por medio a los presuntos responsables.

En el caso Tlatlaya ambos salieron chamuscados. Vamos, hasta el propio general secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos, tuvo que aceptar que soldados del 102 batallón de infantería ejecutaron de manera sumaria a 21 personas. Las fusilaron, pues. Pero en una operación de control de daños, la Sedena limitó la responsabilidad del hecho a un teniente y siete soldados rasos desobedientes e indisciplinados. Nunca se aclaró quién ordenó matar en caliente a los presuntos delincuentes; si la orden vino de arriba y bajó por la cadena de mando. Tampoco se sabe en qué punto se rompió la disciplina y el protocolo militares, ni por qué los altos mandos castrenses mintieron y ocultaron la matanza durante casi tres meses, con la complicidad del Ministerio Público.

Entonces, Osorio Chong dijo que había que entender Tlatlaya como un caso de excepción o una acción aislada. Sólo que el camino del Ejército está empedrado de muchas excepciones. Además, si se mintió en Tlatlaya, ¿por qué creerles ahora en el caso Iguala? La lucha tenaz de los padres y compañeros de los 43 desaparecidos logró la apertura de instalaciones militares y eso generó nerviosismo y contradicciones en el gabinete de seguridad nacional. La tensión aumentará con la llegada de un grupo de expertos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Juan Ibarrola, vocero oficioso de las fuerzas armadas, escribió que el Ejé­rcito mexicano no es moneda de cambio en ningún tipo de negociación ( Milenio, 17/1/15). Afirmó que Peña Nieto sabe que el general Cienfuegos y el almirante Vidal Soberón son sus dos hombres de mayor confianza y jamás ordenará el dislate de abrir cuarteles. Que el mensaje enviado por el secretario de Gobernación, Osorio Chong, fue confuso y tendencioso, y que no se puede negociar la seguridad nacional con un grupo de culeros que controlan cuatro o cinco municipios. Y advirtió a los asesores del Presidente que a los militares no se les puede dar trato de policías ni someterlos al escrutinio público: Habrá que preguntarles a gobiernos anteriores cómo les fue cuando ofendieron a las fuerzas armadas. ¿Amenaza velada? ¿Llamado al golpismo? ¿Dónde queda la búsqueda de la verdad en el presunto Estado de derecho proclamado por el comandante en jefe?

11.1.15

Neoliberalismo, la "fosa" de México

Mauricio Romero

 No importa el color del partido que detente el Poder Ejecutivo en México: el que gobierna desde la década de 1980 es el neoliberalismo. Entrega malas cuentas: no ha podido generar crecimiento económico y ha profundizado la desigualdad, la pobreza y el desempleo, según los propios datos oficiales. Sin embargo, el modelo económico sigue inamovible. Los principales partidos políticos ligados a los grupos empresariales beneficiarios de las privatizaciones garantizan larga vida al neoliberalismo en México


La actual política económica –que data de la década de 1980– está entre los factores que académicos, políticos y ciudadanos señalan como detonantes de las crisis que enfrenta el país.

México ha estado inmerso en el neoliberalismo 32 años y los resultados son contundentes: “Con Porfirio Díaz el 95 por ciento de la población era pobre. En 1981 había bajado a poco más del 40 por ciento. Actualmente es de 85 por ciento”, señala en entrevista con Contralínea el doctor José Luis Calva Téllez, miembro del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Y ahonda: el poder adquisitivo de los salarios cayó 71.5 por ciento y los salarios manufactureros perdieron el 38.5 por ciento de su poder de compra. Además, “hoy los salarios mínimos están por debajo de la línea de la pobreza alimentaria. Es decir que si un trabajador dedicara el ciento por ciento de su ingreso exclusivamente para comprar comida –suponiendo que no gaste en transporte ni en vivienda, ni en ropa ni en nada más– aun así no le alcanzaría para tener una alimentación sana, equilibrada”.

A partir del gobierno de Miguel de la Madrid, México adoptó una estrategia conocida como Consenso de Washington o neoliberalismo económico.

Los programas se alinearon a lo dictado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) –al Departamento del Tesoro estadunidense, en resumen–, y consistieron en la “liberalización de manera abrupta del comercio exterior, del sistema financiero y de la inversión extranjera; en la privatización de las empresas públicas; el achicamiento del papel del Estado en el fomento económico, agropecuario e industrial.

“Se hizo una reforma fiscal para bajar las tasas, incluso de la renta, para particulares de altos ingresos y empresas; se amplió la base de contribuyentes, afectando a los de abajo. En el manejo macroeconómico se priorizó, por una parte, la estabilidad de precios, y cumplir metas de balance fiscal, pero desatendiendo el crecimiento económico”, explica Calva Téllez.

Desde entonces, “lo que estamos viviendo es una tendencia a la concentración extrema de la riqueza, que provoca que tengamos un puñado de multimillonarios (entre ellos el más rico del mundo) al mismo tiempo y en contraste con la enorme cantidad de población en pobreza extrema”, agrega el doctor Guillermo Garduño, profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana.

 

El vuelco fatal

Desde la administración de Lázaro Cárdenas hasta el inicio de la era neoliberal, “el producto interno bruto (PIB) creció a una tasa de 6.1 por ciento anual, lo que significó un crecimiento acumulado de 1 mil 597 por ciento, y del 348 por ciento por habitante”, enfatiza el investigador José Luis Calva. En consecuencia, se dio una “elevación del 200 por ciento en el poder adquisitivo de los salarios manufactureros, mientras que los salarios mínimos aumentaron 97 por ciento su poder de compra”.

En las 3 décadas neoliberales, el PIB por persona ha crecido a una tasa del 0.6 por ciento anual, es decir un crecimiento acumulado de 21 por ciento. “Eso sin contar los millones de mexicanos que emigraron en busca de empleos que no encuentran en nuestro país. Entonces, contando a los emigrados, el crecimiento de PIB por habitante es escasamente de 0.3 por ciento anual y acumulado de 10 por ciento en 32 años”, acota el autor de México más allá del neoliberalismo. Opciones dentro del cambio global.

En el periodo referido por los economistas e historiadores como “milagro mexicano” se regulaba el comercio exterior con el afán de proteger las nacientes industrias locales. Por ello “la manufacturera creció a una tasa de 7 por ciento anual, incluso por encima del crecimiento del PIB”.

 “En aquellos tiempos la idea básica era que los mexicanos sí podíamos tener industria. El Instituto Mexicano del Petróleo llegó a ser exportador de tecnología petrolera. Hoy la ideología es: ‘no podemos; que vengan las compañías extranjeras’”.

En 1982, el PIB por habitante en México era mayor, por ejemplo, que el de Corea del Sur, así como los salarios: mientras que los del país asiático rondaban los 3 mil 925 dólares al año, el promedio mexicano era de 7 mil 762 dólares.

Después los papeles se invirtieron: 20 mil 210.7 dólares es ahora el promedio en Corea –con un aumento del 456.7 por ciento del poder adquisitivo de los salarios manufactureros–, mientras que el nacional apenas llega a 9 mil 755.9 dólares –con una reducción del 38.5 por ciento del poder de compra.

Otro ejemplo del rezago frente a otras naciones es China. “En el pasado los salarios en China eran menores que los de México. Hoy es al revés”, subraya Calva Téllez. “En 2011, el salario medio mensual en China fue de 523 dólares; en México fue de 467 dólares”.

De acuerdo con los datos del propio Fondo Monetario Internacional, en 1982 México era una economía más grande que China. “Medida en dólares corrientes, corregidos a paridad de poder adquisitivo, la economía mexicana era de 488 mil 140 millones de dólares, mientras que la china era de 390 mil 660 millones de dólares. China era la décima economía del mundo y México la novena, antes de esta estrategia neoliberal.

 “México era un país que tenía un crecimiento de su PIB por habitante que más que duplicaba el de los países desarrollados. Convergía a tener un ingreso per cápita de los más altos del mundo”, recuerda el académico del Instituto de Investigaciones Económicas. “Si no se hubiera abandonado esa estrategia de desarrollo, México sería actualmente la cuarta potencia económica del planeta. Y el ingreso por persona en el país sería similar al de Francia, Alemania”, asegura.

Pero en la década de 1980 sobrevino el vuelco fatal. Tras una serie de endeudamientos en los sexenios de Luis Echeverría y José López Portillo, Miguel de la Madrid tomó el poder y aplicó las recomendaciones de los organismos internacionales controlados por Estados Unidos. “Los tecnócratas neoliberales han mantenido el modelo no obstante sean del Partido Revolucionario Institucional o del Partido Acción Nacional”.

Desde entonces los caminos de México y China llevaron a niveles diferentes: “En 2014, cuando China se convierte en la primera economía del mundo, su producto interno bruto ascendió a 17 billones 632 mil millones –el de Estados Unidos es de 17 billones 416 mil millones–, y el de México de 2 billones 143 mil millones de dólares. Es decir que las cuentas que el experimento neoliberal trae para el país no son nada halagüeñas”.

 

Pudrición social, el resultado

La concentración de capitales genera desigualdad de oportunidades; la disparidad de condiciones recrudece la pobreza. Quienes acaparan la riqueza obtienen poder político y solidifican su rentabilidad; quienes están abajo, en la miseria se quedan. Entonces la desesperación impera y con violencia se expresa.

 “El pueblo que trabaja incesantemente es, sin embargo, pobre y desvalido. […] Y esto consiste en que el fruto del trabajo es usurpado por los que a fuerza de usurpaciones se llaman después nobleza o aristocracia”, escribió Francisco Zarco.

 “Y el origen de la aristocracia ha sido siempre la usurpación del trabajo ajeno, la acumulación en unos cuantos de lo que era de los demás.

 “Y cuando la aristocracia ha crecido como planta parásita, como árbol maléfico que seca las plantas que lo circundan, el pueblo ha sido extranjero en su patria, porque se ha visto despojado de la tierra y el agua, del trabajo y el pan.”

Zarco describió el México decimonónico, pero bien pudo ser el México del siglo XXI. Ambos momentos históricos están marcados por políticas liberales en favor de una minoría.

 “La violencia es un síntoma, no la enfermedad, la enfermedad se llama neoliberalismo y ha calado hondo”, escribe la doctora en ciencias sociales Mónica Vargas Aguirre. El desempleo , el hambre, la vulnerabilidad ante las enfermedades, el frío por la ausencia de vivienda y vestido dignos, las puertas cerradas a la educación, la ciencia y la cultura gangrenan a la sociedad.

El 59 por ciento de la población está en el empleo informal. También “tenemos 2 millones y medio de mexicanos en el desempleo abierto, según la perspectiva del Instituto Nacional de Estadística y Geografía; quien busca empleo y no lo encuentra es etiquetado como ‘desempleado’, mientras que el que ya se cansó y dejó de hacerlo no es considerado como tal. Hay 6 millones más en esa segunda situación”, detalla José Luis Calva, miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

 “En consecuencia tenemos un incremento dramático de la pobreza. México es el único país de América Latina donde la pobreza ha aumentado”.

El incremento del crimen organizado y la violencia, según el Banco Mundial, está asociado a tres factores: el aumento de la pobreza, de la corrupción y de la desigualdad. “De ahí el desarrollo del crimen organizado y la inseguridad pública”.

Gran parte de la población joven sin posibilidades de estudiar, trabajar o emigrar, quedan a merced de ser reclutada por el crimen organizado en cualquiera de sus ramas.

 “No sólo las desigualdades son el caldo de cultivo del crimen organizado, sino que además éste se retroalimenta continuamente de las desigualdades, buscando mano de obra, nuevos integrantes o víctimas”, apunta la maestra Alicia Pisabarro Cuervo, especialista en criminología. Y agrega:

 “Cada vez hay más pobres, lo que lleva a estos ciudadanos a ver el crimen organizado como una salida de la pobreza, dado que el Estado no les proporciona otras soluciones. Sigue siendo un Estado débil y con niveles muy altos de corrupción. La criminalidad es la vía más rápida y eficiente para salir de la pobreza y tener un medio de vida.”

Para el doctor Guillermo Garduño, otro hecho social derivado del modelo es el “creciente radicalismo de ciertos sectores, particularmente en los ilustrados”. Lo cual puede comprobarse “de manera muy fehaciente, sobre todo en el ámbito educativo, donde las presiones y las protestas antisistémicas son cada vez mayores, pues los viejos sistemas de controles ya no tienen valor porque ya no hay nada que esté planteando la posibilidad de mejoramiento en un futuro relativamente próximo”.

Las consecuencias del modelo impuesto trascendieron las muertes por hambre, enfermedades o trabajos en condiciones inhumanas. Éstas terminan visibilizándose en el desmembramiento social, en el fuego, la sangre y las muertes en un contexto de violencia extrema, creando las condiciones para un estallido general. Tal es el caso de México.

 

La alternativa

El discurso oficial de los políticos tecnócratas que han mantenido el modelo neoliberal ha aseverado siempre que México no tenía alternativa ante las devaluaciones sufridas en la segunda mitad de la década de 1970 y la profunda crisis de 1982. Que la única era someterse a los designios del Departamento del Tesoro estadunidense.

En 2001, Argentina vivió la culminación de un infierno alimentado durante años por las políticas impuestas por el FMI: la deuda externa representaba el 157 por ciento del PIB, la tasa de desempleo rebasaba el 20 por ciento, la pobreza pasó del 24 al 54 por ciento y la miseria, del 7 al 24 por ciento.

 “Aquellas clases medias que se habían ilusionado con el modelo económico neoliberal de [Carlos] Menem se vieron con que quienes tenían depósitos bancarios no los podían retirar porque estaban embargados”, rememora Calva Téllez.

Entonces la bomba estalló: desahucios, saqueos, protestas reprimidas; violaciones a los derechos humanos, heridos, muertos. Cinco presidentes pasaron por la Casa Rosada en 2 semanas.

Finalmente, Eduardo Duhalde dio el primer paso al suspender los pagos de la deuda externa. Tras unos meses convocó a elecciones y Néstor Kirchner asumió el gobierno argentino el 25 de mayo de 2003, con los efectos de la crisis asolando el país.

“¿Qué hace Argentina?”, se pregunta el catedrático José Luis Calva. “Para empezar, mantuvo una situación moratoria de la deuda externa. En el discurso de posesión, él [Kirchner] dice: ‘No podemos seguir pagando deuda externa a costa del hambre y el sufrimiento de los argentinos. La condición para volver a pagar estriba en renegociar’”.

La moratoria se mantuvo y el país andino reanudó los pagos hasta marzo de 2005, una vez que los acreedores aceptaron quitas en números redondos de 75 por ciento sobre el PIB, el porcentaje de reducción más alto en la historia económica internacional. “Argentina acabó pagando poquito menos de 25 centavos de dólar por cada dólar de deuda”.

En la administración de Kirchner, la salud de la economía dejó de medirse por la estabilidad de los signos de valor, “es decir, la tasa de inflación y por las ganancias de los grupos más concentrados de la economía”. Ahora la medida es el empleo, “el empleo genuino. Y anunció un programa de políticas de cambio subvaluado. El fin era no dejar sobrevaluar el peso argentino”, uno de los motivos de la ruina.

Mientras en México el tipo de cambio es utilizado “como ancla inflacionaria, provocando una sobreevaluación permanente del peso mexicano –actualmente del 30 por ciento–, Argentina hizo lo contrario: se abarataron las exportaciones y se encarecieron las importaciones. Ejecutó Buna política de fomento de actividad productiva y de creación de empleos mediante obra pública, consiguiendo un superávit en balanza comercial, porque la planta productiva se convirtió en competitiva”, explica el doctor en economía por la UNAM.

Además se dio “una reforma fiscal con real poder contributivo, no sobre los pobres, sin IVA en alimentos ni medicinas. Así se aumentó en 10 puntos porcentuales el PIB por contribución real: todo un entorno de una política social para atender los temas de bienestar”.

Los resultados no tardaron generaciones en aparecer. En 10 años, los salarios mínimos incrementaron su poder adquisitivo 320 por ciento y los salarios medios de toda la economía 120 por ciento; la pobreza se redujo de 44.7 puntos porcentuales a 7, y la miseria de 24 a 1.7. El PIB por habitante creció a una tasa de 6.5 por ciento anual.

En México, en 1983, la deuda externa representaba el 49 por ciento del PIB, “ni la tercera parte de la argentina”.

¿Qué hizo México en una situación crítica pero no de la extrema gravedad como la argentina?, cuestiona de nueva cuenta el investigador, y él mismo responde:

 “El gobierno decidió pagar la deuda externa a costa del hambre y el sufrimiento de los mexicanos. Muchos intelectuales proponían la moratoria –como la declarada por Argentina 20 años después–, por la corresponsabilidad de los acreedores, el FMI y el Banco Mundial en los programas de la deuda.”

El BM había recomendado a los países en desarrollo –como México– endeudarse “para reciclar los petrodólares que se habían acumulado en los bancos de los países desarrollados”. Así que se estaba pagando una “sobretasa de interés, una prima de riesgo. Y a pesar de pagar la sobretasa, Miguel de la Madrid decidió seguir pagando la deuda externa.

 “Entonces hubo un incremento tremendo de la pobreza, de la desnutrición infantil severa. La reducción de consumo no sólo de carne y de leche, sino también de frijol, fue espantosa.”

A diferencia de Argentina, “México aplicó toda la receta, todas las recomendaciones del FMI en política económica. El decálogo de políticas neoliberales”.

El académico también expone el caso de China, cuya economía estaba por debajo de la mexicana antes de periodo neoliberal.

 “China hizo exactamente lo contrario a las medidas neoliberales: trazó fuertes políticas de fomento tanto industrial como agropecuario.

 “Además, no liberalizó su comercio exterior, lo administró. Aunque desde la década de 1980 creó zonas francas de libre comercio, apenas en 2004 comenzó una liberalización paulatina y gradual del comercio exterior.

 “La inversión extranjera se subordinó a los intereses de la industrialización de China. Atrajeron esa inversión a las áreas prioritarias para el desarrollo y con compromisos de desempeño: transferencia de tecnología, capacitación de trabajadores, creciente porcentaje de componentes nacionales, asociaciones con capital chino. Desde luego, no privatizó las empresas públicas.”

En cambio, explica, en México se liberalizó la inversión extranjera sin imponer ningún compromiso de desempeño. Entonces en vez de que esa inversión extranjera llegara a abrir nuevas industrias, a crear nuevas fuentes de empleo, llegó a comprar activos nacionales ya existentes.

 “Las políticas de fomento desaparecieron y México ha sufrido un proceso de desindustrialización. Se desmexicanizó la economía, y con el torrente [de inversiones] que ha venido en estos 32 años, la economía no ha crecido: 2.3 por ciento anual contra el 10 por ciento [de China] y los 6.1 durante los años del ‘milagro económico mexicano’”.

 “Hay evidencia de que el modelo neoliberal, el camino que siguió De la Madrid, no era la única opción para México. Corea del Sur nos dejó atrás, China nos dejó atrás. Argentina salió del abismo.

 “¿Cuál es la moraleja? La moraleja es que sí hay de otra en este mundo global. Que la narrativa neoliberal en el sentido de que no había otra más que aplicar las políticas del Consenso de Washington y pagar la deuda a costa del hambre y sufrimiento de los mexicanos no era la única de las opciones.

 “Esta estrategia económica ha mostrado contundentemente su fracaso, que hoy se plasma en forma de una dramática descomposición social y política de nuestro país. La gran interrogante es si la sociedad mexicana va a tolerar si se sigue aplicando.”

9.1.15

¿Quién está detrás del atentado contra Charlie Hebdo?

Thierry Meyssan

 

La misión del comando no coincide con la ideología yihadista

En efecto, los miembros o simpatizantes de grupos como la Hermandad Musulmana, al-Qaeda o el Emirato Islámico [1] no se habrían limitado a matar dibujantes ateos. Habrían comenzado por destruir los archivos de la publicación en presencia de las víctimas, como lo han hecho en la totalidad de las acciones que perpetran en el Magreb y el Levante. Para los yihadistas, lo primero es destruir los objetos que –según ellos– ofenden a Dios, antes de castigar a los «enemigos de Dios».

Y tampoco se habrían replegado de inmediato, huyendo de la policía, sin completar su misión. Por el contrario, la habrían realizado hasta el final aunque eso les costase la vida.

Por otro lado, los videos y varios testimonios muestran que los atacantes son profesionales. Están acostumbrados al manejo de armas y sólo disparan cuando es realmente necesario. Su indumentaria tampoco es la de los yihadistas sino más bien la que caracteriza a los comandos militares.

Su manera de ejecutar en el suelo un policía herido, que no representaba un peligro para ellos, demuestra que su misión no era «vengar a Mahoma» del humor no muy fino de Charlie Hebdo.

 

Objetivo de la operación: favorecer el inicio de una guerra civil

Los atacantes hablan bien el idioma francés y es muy probable que sean franceses, lo cual no justifica la conclusión de que todo sea un incidente franco-francés. Por el contrario, el hecho de que se trata de profesionales nos obliga a separar estos ejecutores de quienes dieron la orden de realizar la operación.
Y nada demuestra que estos últimos sean franceses.

Es un reflejo normal, pero intelectualmente erróneo, creer que conocemos a nuestros agresores en el momento en que acabamos de sufrir la agresión. Eso es lo más lógico, tratándose de la criminalidad común y corriente. Pero no es así cuando se trata de política internacional.

Quienes dieron las órdenes que llevaron a la ejecución de este atentado sabían que estaban provocando una ruptura entre los franceses de religión musulmana y los franceses no musulmanes. El semanario satírico francés Charlie Hebdo se había especializado en las provocaciones antimusulmanas, de las que la mayoría de los musulmanes de Francia han sido víctimas directa o indirectamente. Si bien los musulmanes de Francia no dejarán seguramente de condenar este atentado, les será difícil sentir por las víctimas tanto dolor como los lectores de la publicación. Y no faltarán quienes interpreten eso como una forma de complicidad con los asesinos.

Es por eso que, en vez de considerar este atentado extremadamente sanguinario como una venganza islamista contra el semanario que publicó en Francia las caricaturas sobre Mahoma y dedicó reiteradamente su primera plana a caricaturas antimusulmanas, sería más lógico pensar que se trata del primer episodio de un proceso tendiente a crear una situación de guerra civil.

 

La estrategia del «choque de civilizaciones» fue concebida en Tel Aviv y Washington

La ideología y la estrategia de la Hermandad Musulmana, al-Qaeda y el Emirato Islámico no predica provocar una guerra civil en «Occidente» sino, por el contrario, desatar la guerra civil en el «Oriente» y separar ambos mundos herméticamente. Ni Said Qotb, ni ninguno de sus sucesores llamaron nunca a provocar enfrentamientos entre musulmanes y no musulmanes en el terreno de estos últimos.

Por el contrario, quien formuló la estrategia del «choque de civilizaciones» fue Bernard Lewis y lo hizo por encargo del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Esa estrategia fue divulgada posteriormente por Samuel Huntington, presentándola no como una estrategia de conquista sino como una situación que podía llegar a producirse [2]. El objetivo era convencer a los pueblos de los países miembros de la OTAN de que era inevitable un enfrentamiento, justificando así el carácter preventivo de lo que sería la «guerra contra el terrorismo».

No es en El Cairo, en Riad ni en Kabul donde se predica el «choque de civilizaciones» sino en Washington y en Tel Aviv.

Quienes dieron la orden que llevó al atentado contra Charlie Hebdo no estaban interesados en contentar a yihadistas o talibanes sino a los neoconservadores o los halcones liberales.

 

No debemos olvidar los precedentes históricos

Tenemos que recordar que durante las últimas décadas hemos visto a los servicios especiales de Estados Unidos y de la OTAN

- utilizar en Francia la población civil como conejillos de Indias para experimentar los efectos devastadores de ciertas drogas [3];
- respaldar a la OAS para asesinar al presidente francés Charles De Gaulle [4];
- proceder a la realización de atentados “bajo bandera falsa” contra la población civil en varios países miembros de la OTAN [5].

Tenemos que recordar que, desde el desmembramiento de Yugoslavia, el estado mayor estadounidense ha experimentado y puesto en práctica en numerosos países su estrategia conocida como «pelea de perros», que consiste en matar miembros de la comunidad mayoritaria y matar después miembros de las minorías para lograr que ambas partes se acusen entre sí y que cada una de ellas crea que la otra está tratando de exterminarla. Fue así como Washington provocó la guerra civil en Yugoslavia y, últimamente, en Ucrania [6].

Los franceses harían bien en recordar igualmente que no fueron ellos quienes tomaron la iniciativa de la lucha contra los yihadistas que regresaban de Siria e Irak. Por cierto, ninguno de esos individuos ha cometido hasta ahora ningún atentado en Francia ya que el caso de Mehdi Nemmouche no puede catalogarse como un hecho perpetrado por un terrorista solitario sino por un agente encargado de ejecutar en Bruselas a 2 agentes del Mosad [7] [8]. Fue Washington quien convocó, el 6 de febrero de 2014, a los ministros del Interior de Alemania, Estados Unidos, Francia (el señor Valls envió un representante), Italia, Polonia y Reino Unido para que inscribieran el regreso de los yihadistas europeos como una cuestión de seguridad nacional [9]. Fue sólo después de aquella reunión que la prensa francesa abordó ese tema dado el hecho que las autoridades habían comenzado a actuar.

No sabemos quién ordenó este ataque profesional contra Charlie Hebdo pero sí sabemos que no debemos precipitarnos. Tendríamos que tener en cuenta todas las hipótesis y admitir que, en este momento, su objetivo más probable es dividirnos y que lo más probable es que quienes dieron la orden estén en Washington.
[1] También conocido bajo su acrónimo árabe como Daesh y designado –por razones de propaganda– como ISIS por la administración estadounidense, el autoproclamado Emirato Islámico es el grupo que se identificaba anteriormente como Emirato Islámico en Irak y el Levante (EIIL).
[2] «La “guerra de civilizaciones”», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de diciembre de 2004.
[3] «Cuando la CIA utilizaba ciudadanos franceses como conejillos de India», por Hank P. Albarelli Jr., Red Voltaire, 30 de marzo de 2010.
[4] «Cuando el stay-behind quiso derrocar a De Gaulle», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 28 de agosto de 2009.
[5] «Les Armées Secrètes de l’OTAN», por Daniele Ganser, éd. Demi-Lune. Los lectores pueden ver la traducción al español de esa obra publicada por capítulos en el sitio de la Red Voltaire.
[6] «El representante adjunto de la ONU en Afganistán expulsado de su puesto», «¿Puede Washington derrocar tres gobiernos a la vez?», por Thierry Meyssan, Al-Watan (Siria) y Red Voltaire, 3 de octubre de 2009 y 24 de febrero de 2014.
[7] «El caso Nemmouche y los servicios secretos atlantistas », por Thierry Meyssan, Al-Watan (Siria), Red Voltaire, 9 de junio de 2014.
[8] Algunos citarán, en contraposición, los casos de Khaled Kelkal (1995) y de Mohammed Mehra (2012) como casos de «lobos solitarios» vinculados a yihadistas, pero que no tienen nada que ver con Siria ni con Irak. Desgraciadamente, estos 2 individuos fueron eliminados por las fuerzas del orden, lo cual hace imposible la verificación de las teorías oficiales.
[9] «Siria se convierte en “tema de seguridad interna” para Estados Unidos y la Unión Europea», Red Voltaire, 8 de febrero de 2014.

El terror en París: raíces profundas y lejanas

Atilio A. Boron

El atentado terrorista perpetrado en las oficinas de Charlie Hebdo debe ser condenado sin atenuantes. Es un acto brutal, criminal, que no tiene justificación alguna. Es la expresión contemporánea de un fanatismo religioso que -desde tiempos inmemoriales y en casi todas las religiones conocidas- ha plagado a la humanidad con muertes y sufrimientos indecibles. La barbarie perpetrada en París concitó el repudio universal. Pero parafraseando a un enorme intelectual judío del siglo XVII, Baruch Spinoza, ante tragedias como esta no basta con llorar, es preciso comprender. ¿Cómo dar cuenta de lo sucedido?

La respuesta no puede ser simple porque son múltiples los factores que se amalgamaron para producir tan infame masacre. Descartemos de antemano la hipótesis de que fue la obra de un comando de fanáticos que, en un inexplicable rapto de locura religiosa, decidió aplicar un escarmiento ejemplar a un semanario que se permitía criticar ciertas manifestaciones del Islam y también de otras confesiones religiosas. Que son fanáticos no cabe ninguna duda. Creyentes ultraortodoxos abundan en muchas partes, sobre todo en Estados Unidos e Israel. Pero, ¿cómo llegaron los de París al extremo de cometer un acto tan execrable y cobarde como el que estamos comentando? Se impone distinguir los elementos que actuaron como precipitantes o desencadenantes –por ejemplo, las caricaturas publicadas por el Charlie Hebdo, blasfemas para la fe del Islam- de las causas estructurales o de larga duración que se encuentran en la base de una conducta tan aberrante. En otras palabras, es preciso ir más allá del acontecimiento, por doloroso que sea, y bucear en sus determinantes más profundos.

A partir de esta premisa metodológica hay un factor que merece especial consideración. Nuestra hipótesis es que lo sucedido es un lúgubre síntoma de lo que ha sido la política de Estados Unidos y sus aliados en Medio Oriente desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Es el resultado paradojal –pero previsible, para quienes están atentos al movimiento dialéctico de la historia- del apoyo que la Casa Blanca le brindó al radicalismo islámico desde el momento en que, producida la invasión soviética a Afganistán en Diciembre de 1979, la CIA determinó que la mejor manera de repelerla era combinar la guerra de guerrillas librada por los mujaidines con la estigmatización de la Unión Soviética por su ateísmo, convirtiéndola así en una sacrílega excrecencia que debía ser eliminada de la faz de la tierra. En términos concretos esto se tradujo en un apoyo militar, político y económico a los supuestos “combatientes por la libertad” y en la exaltación del fundamentalismo islamista del talibán que, entre otras cosas, veía la incorporación de las niñas a las escuelas afganas dispuesta por el gobierno prosoviético de Kabul como una intolerable apostasía. Al Qaeda y Osama bin Laden son hijos de esta política. En esos aciagos años de Reagan, Thatcher y Juan Pablo II, la CIA era dirigida por William Casey, un católico ultramontano, caballero de la Orden de Malta cuyo celo religioso y su visceral anticomunismo le hicieron creer que, aparte de las armas, el fomento de la religiosidad popular en Afganistán sería lo que acabaría con el sacrílego “imperio del mal” que desde Moscú extendía sus tentáculos sobre el Asia Central. Y la política seguida por Washington fue esa: potenciar el fervor islamista, sin medir sus predecibles consecuencias a mediano plazo.

Horrorizado por la monstruosidad del genio que se le escapó de la botella y produjo los confusos atentados del 11 de Septiembre (confusos porque las dudas acerca de la autoría del hecho son muchas más que las certidumbres) Washington proclamó una nueva doctrina de seguridad nacional: la “guerra infinita” o la “guerra contra el terrorismo”, que convirtió a las tres cuartas partes de la humanidad en una tenebrosa conspiración de terroristas (o cómplices de ellos) enloquecidos por su afán de destruir a Estados Unidos y el “modo americano de vida” y estimuló el surgimiento de una corriente mundial de la “islamofobia”. Tan vaga y laxa ha sido la definición oficial del terrorismo que en la práctica este y el Islam pasaron a ser sinónimos, y el sayo le cabe a quienquiera que sea un crítico del imperialismo norteamericano. Para calmar a la opinión pública, aterrorizada ante los atentados, los asesores de la Casa Blanca recurrieron al viejo método de buscar un chivo expiatorio, alguien a quien culpar, como a Lee Oswald, el inverosímil asesino de John F. Kennedy. George W. Bush lo encontró en la figura de un antiguo aliado, Saddam Hussein, que había sido encumbrado a la jefatura del estado en Irak para guerrear contra Irán luego del triunfo de la Revolución Islámica en 1979, privando a la Casa Blanca de uno de sus más valiosos peones regionales. Hussein, como Gadaffi años después, pensó que habiendo prestado sus servicios al imperio tendría las manos libres para actuar a voluntad en su entorno geográfico inmediato. Se equivocó al creer que Washington lo recompensaría tolerando la anexión de Kuwait a Irak, ignorando que tal cosa era inaceptable en función de los proyectos estadounidenses en la región. El castigo fue brutal: la primera Guerra del Golfo (Agosto 1990-Febrero 1991), un bloqueo de más de diez años que aniquiló a más de un millón de personas (la mayoría niños) y un país destrozado. Contando con la complicidad de la dirigencia política y la prensa “libre, objetiva e independiente” dentro y fuera de Estados Unidos la Casa Blanca montó una patraña ridícula e increíble por la cual se acusaba a Hussein de poseer armas de destrucción masiva y de haber forjado una alianza con su archienemigo, Osama bin Laden, para atacar a los Estados Unidos. Ni tenía esas armas, cosa que era archisabida; ni podía aliarse con un fanático sunita como el jefe de Al Qaeda, siendo él un ecléctico en cuestiones religiosas y jefe de un estado laico.

Impertérrito ante estas realidades, en Marzo del 2003 George W. Bush dio inicio a la campaña militar para escarmentar a Hussein: invade el país, destruye sus fabulosos tesoros culturales y lo poco que quedaba en pie luego de años de bloqueo, depone a sus autoridades, monta un simulacro de juicio donde a Hussein lo sentencian a la pena capital y muere en la horca. Pero la ocupación norteamericana, que dura ocho años, no logra estabilizar económica y políticamente al país, acosada por la tenaz resistencia de los patriotas iraquíes. Cuando las tropas de Estados Unidos se retiran se comprueba su humillante derrota: el gobierno queda en manos de los chiítas, aliados del enemigo público número uno de Washington en la región, Irán, e irreconciliablemente enfrentados con la otra principal rama del Islam, los sunitas. A los efectos de disimular el fracaso de la guerra y debilitar a una Bagdad si no enemiga por lo menos inamistosa -y, de paso, controlar el avispero iraquí- la Casa Blanca no tuvo mejor idea que replicar la política seguida en Afganistán en los años ochentas: fomentar el fundamentalismo sunita y atizar la hoguera de los clivajes religiosos y las guerras sectarias dentro del turbulento mundo del Islam. Para ello contó con la activa colaboración de las reaccionarias monarquías del Golfo, y muy especialmente de la troglodita teocracia de Arabia Saudita, enemiga mortal de los chiítas y, por lo tanto, de Irán, Siria y de los gobernantes chiítas de Irak.

Claro está que el objetivo global de la política estadounidense y, por extensión, de sus clientes europeos, no se limita tan sólo a Irak o Siria. Es de más largo aliento pues procura concretar el rediseño del mapa de Medio Oriente mediante la desmembración de los países artificialmente creados por las potencias triunfantes luego de las dos guerras mundiales. La balcanización de la región dejaría un archipiélago de sectas, milicias, tribus y clanes que, por su desunión y rivalidades mutuas no podrían ofrecer resistencia alguna al principal designio de “humanitario” Occidente: apoderarse de las riquezas petroleras de la región. El caso de Libia luego de la destrucción del régimen de Gadaffi lo prueba con elocuencia y anticipó la fragmentación territorial en curso en Siria e Irak, para nombrar los casos más importantes. Ese es el verdadero, casi único, objetivo: desmembrar a los países y quedarse con el petróleo de Medio Oriente. ¿Promoción de la democracia, los derechos humanos, la libertad, la tolerancia? Esos son cuentos de niños, o para consumo de los espíritus neocolonizados y de la prensa títere del imperio para disimular lo inconfesable: el saqueo petrolero.

El resto es historia conocida: reclutados, armados y apoyados diplomática y financieramente por Estados Unidos y sus aliados, a poco andar los fundamentalistas sunitas exaltados como “combatientes por la libertad” y utilizados como fuerzas mercenarias para desestabilizar a Siria hicieron lo que en su tiempo Maquiavelo profetizó que harían todos los mercenarios: independizarse de sus mandantes, como antes lo hicieran Al Qaeda y bin Laden, y dar vida a un proyecto propio: el Estado Islámico. Llevados a Siria para montar desde afuera una infame “guerra civil” urdida desde Washington para producir el anhelado “cambio de régimen” en ese país, los fanáticos terminaron ocupando parte del territorio sirio, se apropiaron de un sector de Irak, pusieron en funcionamiento los campos petroleros de esa zona y en connivencia con las multinacionales del sector y los bancos occidentales se dedican a vender el petróleo robado a precio vil y convertirse en la guerrilla más adinerada del planeta, con ingresos estimados de 2.000 millones de dólares anuales para financiar sus crímenes en cualquier país del mundo. Para dar muestras de su fervor religioso las milicias jihadistas degüellan, decapitan y asesinan infieles a diestra y siniestra, no importa si musulmanes de otra secta, cristianos, judíos o agnósticos, árabes o no, todo en abierta profanación de los valores del Islam. Al haber avivado las llamas del sectarismo religioso era cuestión de tiempo que la violencia desatada por esa estúpida y criminal política de Occidente tocara las puertas de Europa o Estados Unidos. Ahora fue en París, pero ya antes Madrid y Londres habían cosechado de manos de los ardientes islamistas lo que sus propios gobernantes habían sembrado inescrupulosamente.

De lo anterior se desprende con claridad cuál es la génesis oculta de la tragedia del Charlie Hebdo. Quienes fogonearon el radicalismo sectario mal podrían ahora sorprenderse y mucho menos proclamar su falta de responsabilidad por lo ocurrido, como si el asesinato de los periodistas parisinos no tuviera relación alguna con sus políticas. Sus pupilos de antaño responden con las armas y los argumentos que les fueron inescrupulosamente cedidos desde los años de Reagan hasta hoy. Más tarde, los horrores perpetrados durante la ocupación norteamericana en Irak los endurecieron e inflamaron su celo religioso. Otro tanto ocurrió con las diversas formas de “terrorismo de estado” que las democracias capitalistas practicaron, o condonaron, en el mundo árabe: las torturas, vejaciones y humillaciones cometidas en Abu Ghraib, Guantánamo y las cárceles secretas de la CIA; las matanzas consumadas en Libia y en Egipto; el indiscriminado asesinato que a diario cometen los drones estadounidenses en Pakistán y Afganistán, en donde sólo dos de cada cien víctimas alcanzadas por sus misiles son terroristas; el “ejemplarizador” linchamiento de Gadaffi (cuya noticia provocó la repugnante carcajada de Hillary Clinton); el interminable genocidio al que son periódicamente sometidos los palestinos por Israel, con la anuencia y la protección de Estados Unidos y los gobiernos europeos, crímenes, todos estos, de lesa humanidad que sin embargo no conmueven la supuesta conciencia democrática y humanista de Occidente. Repetimos: nada, absolutamente nada, justifica el crimen cometido contra el semanario parisino. Pero como recomendaba Spinoza hay que comprender las causas que hicieron que los jihadistas decidieran pagarle a Occidente con su misma sangrienta moneda. Nos provoca náuseas tener que narrar tanta inmoralidad e hipocresía de parte de los portavoces de gobiernos supuestamente democráticos que no son otra cosa que sórdidas plutocracias. Hubo quienes, en Estados Unidos y Europa, condenaron lo ocurrido con los colegas de Charlie Hebdo por ser, además, un atentado a la libertad de expresión. Efectivamente, una masacre como esa lo es, y en grado sumo. Pero carecen de autoridad moral quienes condenan lo ocurrido en París y nada dicen acerca de la absoluta falta de libertad de expresión en Arabia Saudita, en donde la prensa, la radio, la televisión, la Internet y cualquier medio de comunicación está sometido a una durísima censura. Hipocresía descarada también de quienes ahora se rasgan las vestiduras pero no hicieron absolutamente nada para detener el genocidio perpetrado por Israel hace pocos meses en Gaza. Claro, Israel es uno de los nuestros dirán entre sí y, además, dos mil palestinos, varios centenares de ellos niños, no valen lo mismo que la vida de doce franceses. La cara oculta de la hipocresía es el más desenfrenado racismo.

5.1.15

Peña a Washington a profundizar la entrega

Carlos Fazio
 
Mañana, 6 de enero, el presidente Enrique Peña realizará una visita oficial a Estados Unidos. Llegará a su encuentro con Barack Obama con su legitimidad por el piso y políticamente debilitado. La crisis humanitaria heredada del régimen de Felipe Calderón se profundizó durante los primeros dos años de su gobierno, y en la coyuntura los crímenes de Estado de Tlatlaya e Iguala/Ayotzinapa exhiben con crudeza la violencia del sistema. A ello se agregan escándalos de opacidad, corrupción y conflicto de interés desatados por la llamada Casa Blanca de la pareja presidencial Peña/Rivera y el tren rápido México-Querétaro, que vincula en un nudo de complicidades a Televisa y el Grupo Higa del empresario Juan Armando Hinojosa con los negocios turbios del presidente y la consorte. Para colmo de males, Luis Videgaray, ministro de finanzas del año y pensador global, fue descobijado por The Wall Street Journal, cuando reveló una transacción entre el secretario de Hacienda y el empresario incómodo del sexenio, para la compra de una propiedad en Malinalco, Edomex.

El encuentro Peña/Obama será otra puesta en escena de la política como espectáculo. Pero la realidad les cambió radicalmente a ambos. A partir de enero Obama deberá gobernar con un Congreso bajo control republicano, lo que acotará sus márgenes de maniobra. Y en cuanto al valiente modernizador de Davos (Suiza); estadista mundial 2014 de la Appeal of Conscience Foundation y salvador de México ( Time Magazine dixit), la crisis Tlatlaya/ Iguala/ Casa Blanca le estalló en la cara y lo ha mantenido desde hace tres meses en una virtual condición de pasmo.

Debido a las circunstancias, en esta ocasión Obama deberá controlar los dislates escénicos y el carisma que exhibió aquí en México, en mayo de 2013, cuando en una operación de mercadotecnia con fines de legitimación publicitaria a favor de su anfitrión, asumió la nueva épica del entonces naciente gobierno peñista, y transformó discursivamente, como por arte de magia, un país sacrificado por el terror y una violencia fratricida sin fin, en una nación próspera, de clase media urbana en expansión y con jóvenes nacidos para triunfar.

Aquel México falazmente idealizado por Obama exhibe hoy a una población enojada hasta el hartazgo, que se manifiesta cada día a raíz de los crímenes de lesa humanidad de Iguala/ Ayotzinapa, que con participación directa de agentes del Estado tuvo como blanco a casi medio centenar de jóvenes normalistas de extracción campesina pobre. A lo que se añade la ejecución sumaria extrajudicial de 20 muchachos de entre 16 y 22 años y una jovencita de 15 –señalados como presuntos delincuentes según la narrativa oficial−, a manos de soldados del 102 batallón de infantería del Ejército Mexicano, en Tlatlaya, el 30 de junio del año pasado.

El naufragio del otrora tan aplaudido Mexican moment, no distraerá el abordaje de la agenda oculta del encuentro Obama/Peña en la otra Casa Blanca. La agenda encubierta tiene como punto nodal la consolidación de Norteamérica como un espacio geográfico integrado por Canadá, Estados Unidos y México, bajo el control económico-militar de Washington, para la competencia intercapitalista en los mercados y la apropiación/ despojo de los recursos geoestratégicos mundiales. En la etapa, la acentuación de la crisis estructural del sistema llega acompañada de guerras económico-energéticas, convulsiones geopolíticas y operaciones de desestabilización del eje Pentágono/OTAN en zonas de influencia de Rusia y China; y en el plano subregional está marcada por el giro histórico, de signo incierto, contenido en el anuncio de una próxima reanudación de relaciones entre Estados Unidos y Cuba.

En ese contexto cabe recordar las recomendaciones que en octubre diera a conocer el Consejo de Relaciones Exteriores, poderoso gobierno mundial en las sombras con sede en Nueva York. En su informe América del Norte: hora para un nuevo enfoque −reseñado por David Brooks en La Jornada−, el CFR (por sus siglas en inglés) insistió que para fortalecer a Estados Unidos y su presencia en el mundo (ergo, para preservar la hegemonía imperial), se debe profundizar la integración con Canadá y México, vía el desarrollo e implementación de una estrategia para la cooperación económica, energética, de seguridad, ambiental y social.

El reporte aboga por una estrategia de seguridad unificada para América del Norte. Pero mientras se llega a esa meta, Obama debe apoyar los esfuerzos de Peña por fortalecer la gobernación democrática (un giro semántico a la otrora seguridad democrática de Álvaro Uribe en Colombia, auspiciada por Washington). También recomienda profundizar la estrategia transfronteriza con México, mediante la combinación de la protección del perímetro de seguridad con un mayor uso de inteligencia, evaluaciones de riesgo, capacidades compartidas y acciones conjuntas; claro está, con la subordinación de las fuerzas armadas de México al Comando Norte del Pentágono, que desde 2013, a través de la Iniciativa Mérida, ha intensificado los cursos de entrenamiento a militares y civiles nativos en guerra irregular, contraterrorismo y contrainsurgencia.

Otra recomendación es apoyar las reformas históricas de México en materia energética. El CFR insiste en la necesidad de una estrategia regional que incluya una ampliación de las exportaciones, el fortalecimiento de infraestructura y la promoción de mayores conexiones transfronterizas de energía. Y como dijo el ex presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick −firmante del informe junto con el general (r) David Petraeus, ex director de la CIA−, dado que la reforma energética en México aún no se ha implementado, es muy importante que Estados Unidos ayude en esa implementación. Allanada la contrarreforma al 27 constitucional, el botín está en las aguas profundas del Golfo y en la infraestructura hidrocarburífica transfronteriza con eje en la cuenca de Burgos. A eso fue llamado Peña a Washington; a profundizar la entrega.